Trafico en el CairoSi hay una ciudad que mil y una veces ha sido escenario de películas, esta es sin duda El Cairo. El Cairo es una muestra viva de las contradicciones entre la tradición y la modernidad.     Junto a los márgenes del río Nilo y en la isla de Zamalek, crecen altas torres y modernos hoteles, pero no hay que andar muy lejos del centro, desde Middan Ópera, para encontrar un Cairo antiguo, y, hasta medieval. Y a escasos ocho kilómetros de Middan Tahrir, las milenarias pirámides en Giza, de las que no creo que sea posible que haya más teorías y leyendas…

Con diecinueve millones de habitantes, El Cairo es una urbe desorbitada, donde caminar no es una actividad agradable y donde el tráfico es demencial, pero aún así, yo siempre recomendaré andar todo lo que sea posible una vez allí, pues es el único modo de tomar contacto real con la ciudad.

el callejon de los milagrosAl igual que en el cine, El Cairo también ha dado para mucha literatura. Su hijo más reconocido, es sin duda el nobel Naguib Mahfuz, que la convierte en el escenario vivo de muchas de sus novelas.
De entre todas ellas, mencionar una que me gusta especialmente y que creo que es imprescindible de leer si uno va a pasar algunos días aquí. Se trata de “El callejón de los milagros”. En ella se retrata con gran maestría, la vida de un grupo de vecinos que habitan el callejón Midaq, en el corazón de El Cairo, así como los ambientes típicamente cairotas.

Está lleno de descripciones físicas y mentales de la gente, las clases populares de su querida ciudad, y, al igual que el mismo Cairo, nos muestra el eterno conflicto entre la tradición y la modernidad de los protagonistas,, entre el pasado y el presente. De hecho, “El callejón de los milagros” bien podría haber sido escrita ahora, en lugar de en los años cuarenta, que es cuando la historia transcurre. Quizás ahora estos conflictos sean aún más patentes.

Cairo centroAsí, pues, plano en mano y con un calzado apropiado nos lanzamos a la calle en busca de algunos de los lugares en los que transcurre en el libro, empezando por el callejón Midaq, que sabíamos que aún existe. No fue fácil dar con él, pues está en un aledaño al bazar Khan-el-khalili, oculto a los ojos desde la calle.

Para acceder a él hay que subir una estrecha escalera en las que ni si quiera hubiésemos reparado sino hubiese sido porque según el plano, el lugar era ese. Un señor nos confirmó que efectivamente, ese era el lugar, y nos invitó a subir.    Y lo cierto es que han transcurrido más de sesenta años, y, en este tiempo lo extraño hubiese sido dar con algún vestigio de lo que inspiró la novela de Naguib. Hoy día, el callejón son las traseras de los almacenes y tiendas del famoso bazar, y no hay rastro de mucho más. Pero está pequeña desilusión no nos iba a frustrar, decidimos movernos en torno a la mezquita de Al-Azhar y el Cairo islámico.

En torno a Al-Azhar hay muchos tenderetes y tiendas de alimentación, frutas y carnicerías, y muchísimo caos. Pudimos ver cómo los animales son conducidos vivos por las calles de la ciudad para ser sacrificados allí. La misma calle delante de cada carnicería ejerce de matadero, aunque no improvisado, suponemos que esto siempre se ha hecho así.

Rebaño de cabras en el centro del CairoLa entrada a El Cairo islámico la hicimos desde otro bazar que hay casi frente por frente al de Khan-el –khalili y junto a Al-Azhar. Caminamos por dentro hasta que el mercado terminó y a partir de aquí comenzamos a desistir de mirar el plano porque las caóticas calles no tenían a la vista nombre alguno, y había tantas mezquitas que eso no tampoco nos servía  de referencia. El gentío, coches y motocicletas, no nos permitían prestar mucha atención a por donde andábamos o pisábamos, así que puede decirse que vagamos por esta zona durante horas, con la sensación de que habíamos cruzado una puerta y retrocedido varios siglos en el tiempo. Era como encontrarnos de repente en una inmensa aldea, en la que había cientos de estrechas calles polvorientas y donde los animales de granja pastaban  a su albedrío. Miraras a donde miraras, todo estaba realmente viejísimo, y cantidades importantes de desperdicios se acumulaban en las escaleras de acceso de los maltrechos edificios y entradas de las casas. Los altos de las mismas, sin techar o esperando a ser techados u continuados  con otra altura más algún día, estaban igualmente sembrados de toda clase de basuras de entre las que surgían antenas parabólicas…

A pie de calle había pequeños negocios donde se realizaban oficios, un señor vendía carbón y otro cocía pan. Un chico aventaba un fuego en el que un señor daba forma a golpe de martillo a un instrumento de metal y en los cafés los tertulianos fumaban shisha y escuchaban el Corán por la radio. No parecían reparar en nosotros, aunque la zona no es nada turística y estábamos solos. Para salir de allí pedimos mil y una indicaciones, cosa harto complicada porque estos vecinos no hablaban inglés, pero al final lo conseguimos. Toda una aventura.

Después de esta “aventura” se imponía descansar un poco y reponer fuerzas, y entonces nos pusimos a localizar dentro del bazar el “Café Fishawy”. Esto fue algo más fácil. Está en uno de los laterales del bazar. Si hay un lugar novelesco y con una atmósfera especial, es este.

Aquí Mahfuz se sentaba a escribir cada día,  y estoy segura de que buscaba inspiración para sus tramas y personajes. Hay una zona reservada dentro del café donde se le rinde un pequeño homenaje, un rincón donde se supone él gustaba de sentarse, viendo el vaivén de la gente pero sin estar a pie de calle, donde los vendedores ambulantes no paran de abordarte.

El sitio está abarrotado, desde que se va el sol hasta bien entrada la madrugada. Se llena tanto de egipcios como de extranjeros, disfrutando del arte de observar a la gente mientras se fuma una shisha o se toma un fragante te a la menta. Aquí el tiempo discurre lento y sin prisas, te puedes quedar horas y es muy agradable.

Cafe Fishawy en Khan el-KhaliliFishawy toma su nombre de un conocido gangster del bazar de los años 40, y se jactan de llevar abiertos cien años si interrupción. El local está decorado con grandes espejos de marcos dorados y alguna araña de cristal polvorienta colgando del techo. Celosías de madera, minúsculas mesas… todo ello contribuye a darle un encantador aspecto de decadencia y de pertenencia a otro tiempo.

Cenamos en otro local dentro del zoco que se llama “Naguib Mahfuz Café”, pero hay que decir que para nosotros este carecía por completo  del encanto del anterior. Pertenece al hotel Oberoi, y dentro se puede tomar algo o cenar pero el público es básicamente extranjero. Aún así, acomodadas egipcias perfectamente maquilladas y enjoyadas se relajaban lejos de las miradas indiscretas y los músicos tocaban música tradicional egipcia y recitaban ghazals (poemas)

Otro paseo que teníamos planeado era en torno a los barrios de Gamaliya, donde vivió el mismo autor y los barrios de Sanadiqiya, Guriya, Muski o Azhar.

En ellos encontramos antiguos edificios de piedra de dos y tres plantas con fachadas lisas y escasas ventanas  y calles  tan estrechas en las que es difícil que puedan circular a la vez dos coches y en los que apenas entra la luz. También encontramos elegantes edificios con profusa ornamentación y grandes balcones, vestigio de la riqueza de otros tiempos pero hoy venidos a menos y desmoronándose ante nuestros ojos. Tal y como se describe en la novela, en el pasado (pero podemos aventurar a que es así en el presente), estos barrios eran «autónomos e inmutables universos, y las familias habitaban los mismos apartamentos durante generaciones«. El negocio solía estar en la misma calle y la familia a veces incluso vivía en el mismo negocio, siendo este heredado de padres a hijos. La privacidad era mínima y todos ellos conocían al dedillo las historias de sus vecinos.

Las calles pertenecían a los hombres, tal y como hoy podemos ver que sigue ocurriendo, y las terrazas a las mujeres, donde realizaban tares domésticas y desde donde los niños hacían volar las cometas. La gente oraba en sus pequeñas mezquitas proclamando con orgullo los noventa y nueve nombres de Allah.

Vista aerea del Cairo antiguo

Al igual que en el resto de la ciudad, encontramos la basura escondida en callejones sin salida y  esquinas. Todo está envuelto por  una capa de suciedad que lleva décadas acumulándose.

Hay que decir, que aunque sucios y bastante ruinosos, estos céntricos barrios son un testimonio vivo del pasado,  donde las cortesías tradicionales persisten y donde el tic-tac del reloj no dirige el mundo. Un lugar perfecto para dar por concluido nuestro paseo literario.