Meghalaya es un remoto estado de la India situado en el noreste del país, limitando con Assam en el norte y con las planicies de Bangladesh al sur. En sánscrito, Meghalaya significa “La morada de las nubes”, un topónimo más que descriptivo de lo que es la vida en estos valles de uno de los estados más desconocidos y aislados de la India.

Esta región de bosques envueltos por la niebla y nubes bajas es uno de los lugares más húmedos del planeta, debido a las abundantes precipitaciones que puntualmente descargan las nubes entrantes desde el Golfo de Bengala al encontrase con las montañas Kashi. La población de Cherrapunji localizada en las colinas orientales Khasi tuvo durante décadas el dudoso honor de ser el lugar del planeta con las mayores precipitaciones anuales (con una media de 12.028 mm) sólo recientemente desplazada por la cercana Mawsynram. Esto significa que durante seis meses al año llueve, y con extrema intensidad en los meses de verano, que son los más fuertes del monzón. Y eso también significa que la vida se complica hasta el infinito y que el agua que fluía plácidamente por los ríos, arroyos y torrenteras se transforma en furiosas corrientes y cascadas que todo lo inunda y arrastra, les incomunica y hace de la supervivencia un gran desafío.

Puentes vivos

Poder cruzar los ríos y seguir en contacto con las poblaciones de las distintas orillas es posible gracias a una ingeniosa y sostenible solución de bioingeniería planificada y puesta en marcha decenas de generaciones atrás, me refiero a los curiosos puentes vivientes de Meghalaya, una maravilla natural promovida por el ser humano en conjunción con su entorno. Una solución ancestral a un problema perenne y un ejemplo sumamente hermoso de creatividad humana y respeto hacia los recursos naturales. Aquí los puentes no se construyen, en el sentido más reducido de la expresión, sino que podemos decir que se plantan. Pero vamos a entrar en detalles.

En esta zona cálida y de elevadas precipitaciones hay una especie vegetal que crece con una fuerza extraordinaria, el Ficus Elastica, un árbol de caucho similar al Baniano o Higuera de Bengala. Los que hayáis visitado Angkor Wat seguro que os maravillasteis con ellos, capaces de avanzar en cualquier grieta disponible y de crecer sin límite hasta integrarse o literalmente abducir la estructura de un edificio. Sus ramas se van extendiendo horizontalmente a la par que el árbol va desarrollando raíces aéreas que cuando contactan con la tierra, van creando troncos suplementarios que van sustentando al ejemplar permitiéndole extenderse hasta ocupar grandes superficies. Por ello para construir un puente viviente lo primero es plantar dos ejemplares de ficus elástica a ambos lados de la orilla. Los Khasis tejen y guían las flexibles y fuertes raíces usando cañas de bambú hasta que estas alcanzan el ejemplar de la orilla opuesta. Los huecos y espacios entre las ramas se van cubriendo con láminas de roca que, a modo de pavimento crean una auténtica y sólida calzada natural.

Este es un lento y laborioso proceso en el que se involucra toda la comunidad que no podrá ser utilizado hasta unos 10 o 15 años después. Una obra que dura generaciones, pero que podrá prestar servicio durante siglos. A diferencia de un puente construido por la mano del hombre, que estará concebido para durar unos cien años, y que a medida que vaya pasando el tiempo se irá debilitando y perdiendo seguridad, en Meghalaya, los puentes vivientes son cada vez más fuertes y seguros ya que las raíces continúan creciendo y reforzando la estructura cada vez más. Estos puentes son “Water proof” y sin mantenimiento, ya que el propio árbol se auto-repara, incluso aunque el árbol muriese los troncos suplementarios podrían permitir que el puente siguiese en pie. De hecho, algunos de estos sistemas vivos de puentes tienen más de 500 años y 30 metros de largo pudiendo soportar el peso de cincuenta personas a la vez. Y uno de los que levanta más admiración es de dos pisos, situado en la villa de Nongriat.

Si todo esto ha conseguido despertar vuestra curiosidad os contaré que este tranquilo estado es el sitio ideal para aquellos viajeros más intrépidos que buscan los caminos más desconocidos y el pleno contacto con la naturaleza donde la aventura está en cada recodo del camino pues hay una total ausencia de infraestructuras y de guías locales. El parque nacional de Nokrek, reconocido por la Unesco como reserva de la biosfera, se extiende por las colinas Garos del oeste y es el hogar de los famosos pandas rojos, el elefante asiático, gibones y miles de variedades de orquídeas y mariposas. Sus frondosas colinas arboladas son habitadas principalmente por tres grupos tribales: khasis, garos y jaintias, los cuales son los asentamientos humanos más antiguos del subcontinente.

Han permanecido aislados del mundo exterior durante siglos protegidos por una geografía única y unas condiciones climatológicas extremas y dependiendo de la riqueza del bosque para su subsistencia. Khasis y Jaintias pertenecen a grupos étnicos similares, los Garos son de un grupo totalmente distinto. Lo único que realmente tienen en común es la existencia de una cultura matrilineal en la que son las mujeres las que heredan y las que transmiten el apellido a los hijos. Si la madre muere sin que una hija la sobreviva, su hermana mayor heredará la propiedad y después de ella, la hija más joven de aquella hermana. Los hombres contribuyen a la educación de los niños, la recolecta del alimento y la defensa de la familia. Construyen caminos y puentes, recogen las cosechas y celebran las ceremonias religiosas. Otra característica en común es que en estos pueblos está bastante extendido el cristianismo debido a la incursión de misioneros occidentales en el s.XVIII y XIX, y por ello,(y sin que necesariamente tenga que ser así) a pesar de que nunca se han aventurado más allá de sus colinas, han tenido acceso a una buena educación promovida por estas instituciones. Toda esta gente atesora una cultura única muy ligada a la naturaleza que será la que definitivamente os enamore de Meghalaya.

 

 


 

Ana Morales

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