¿Qué está pasando en Birmania?

El pasado 1 de febrero volvía a ocurrir, la junta militar birmana ejecutaba un inesperado golpe de estado poniendo en riesgo la ya frágil transición hacia la democracia en Myanmar. Sí, los birmanos se despertaron el lunes con la noticia de un nuevo golpe militar. Y si bien los golpes militares son la triste historia que se repite en el país asiático, preocupa el que este último no tiene visos de ser solucionado en el corto plazo. Birmania está en riesgo de volver al pasado que todos deseaban haber dejado atrás. De nuevo, al borde del abismo.

La historia se comenzó a fraguar el pasado noviembre, cuando el partido de Aung San Suu Kyi, ganó las elecciones de modo masivo. Y eso que la Constitución, (modificada en 2008 para este fin), garantiza una cuarta parte de los escaños en el Parlamento a los militares, así como el control de los ministerios más importantes del país: Asuntos Internos, Defensa y Asuntos Fronterizos.

Suu Kyi y su partido, la Liga Nacional de la Democracia (LND), lideraron el país en los últimos cinco años tras ser elegidos por los votantes en 2015, en la elección más libre y justa que el país había vivido en 25 años, (pues recordemos que Birmania ha sido un país que vivió en dictadura militar desde el año 1962 hasta el año 2011). Aunque Suu Kyi no pudo convertirse en presidenta debido a una cláusula de la constitución (su difunto esposo e hijos son ciudadanos extranjeros), asumió el recién creado puesto de Consejera de Estado de Myanmar, un papel similar al de un primer ministro o un jefe de gobierno, creado para ella.

La Junta tomó el poder bajo el argumento de un supuesto fraude en las elecciones generales de noviembre: acusaciones de fraude sin ninguna evidencia. Con esta excusa, la policía presentó varios cargos contra la líder civil electa, entre otros, el incumplimiento de las leyes de importación y exportación, violar la ley de secretos nacionales y la posesión de supuestos dispositivos de comunicación ilegales.  Aung San Suu Kyi, que inicialmente estuvo en prisión preventiva, sigue detenida en su residencia de la capital, Nay Pyi Taw. El depuesto presidente Win Myint también fue acusado en su caso por violar las reglas que prohíben las reuniones durante la pandemia de covid-19. Mientras tanto, el comandante en jefe Min Aung Hlaing está al mando.

 

Aung San Suu Kyi

European Comission | Wikimedia

Es bien cierto que la carismática líder birmana estaba mejor considerada por la comunidad internacional antes de su llegada a la política y los inicios de apertura democrática del país. Era un icono de la lucha no violenta por la democracia y los derechos humanos. Una musa que fue galardonada con el Premio Nóbel de la Paz.
“… La lucha de Suu Kyi es uno de los ejemplos más extraordinarios de valentía civil en Asia en las últimas décadas. Se ha convertido en un símbolo importante en la lucha contra la opresión.”
Sin embargo, con el prestigioso premio Nobel de la Paz, justamente entregado en 1991, todos esperaban una persona más orientada hacia el respeto de los derechos humanos, pero no ha sido así, desde que se convirtió en la líder de facto de su país, en 2016, Suu Kyi se ha visto condenada por los mismos líderes internacionales y activistas que alguna vez le dieron su apoyo. Indignados por su silencio tácito ante los abusos y éxodo que la comunidad rohingya de Myanmar debido a la persecución militar y la negativa a reconocer que el ejército de Myanmar ha cometido masacres. Como muchos de ustedes sabrán los rohingyas son una comunidad de mayoría musulmana a las que las autoridades birmanas niegan la ciudadanía y viven en una especie de «apartheid» en el estado de Rakhine, fronterizo con Bangladesh de donde supuestamente son originarios.

 

La represión

Los expertos no están seguros de por qué exactamente los militares decidieron actuar ahora, pero todo parece apuntar a que ese mismo día, el lunes, el partido habría comenzado con su segundo mandato, por lo que en la sesión de este lunes se debía de haber procedido con la primera sesión del Parlamento, que a su vez habría consagrado el resultado electoral.  Está claro que los militares no estaban dispuestos a que esto ocurriera.

Desde entonces los ciudadanos de Myanmar se han movilizado y han protagonizado manifestaciones masivas y actos de desobediencia civil pacífica por todo el país. Las fuerzas de seguridad han utilizado balas reales contra los manifestantes, y hay varios informes de testigos presenciales de personas siendo golpeadas y, a veces, recibiendo disparos mientras el ejército realiza redadas domiciliarias para arrestar a activistas y manifestantes. Hechos muy preocupantes como el bloqueo de las comunicaciones, los arrestos de periodistas, y por supuesto, los líderes políticos de la oposición. Desde el golpe de Estado del 1 de febrero pasado han muerto más de 536 personas en la represión de las protestas en Myanmar, entre los cuales hay más de cuarenta niños, la escalada de violencia a contra los civiles está obligando a muchas familias a huir a países vecinos en busca de asilo.

 

¿Dónde está la comunidad internacional?

Tengo un buen amigo birmano que fue en realidad el que nos alertó de la situación antes de que las redes sociales fuesen prohibidas. Ha vivido en la dictadura y la conoce muy bien. No para de escribirnos e insistirnos que sólo con la presión y la ayuda internacional se puede conseguir algo. Teme que todos miren hacia otro lado, como ocurre tan a menudo, saben que, si esto pasa, volverán al reinado del terror y la dictadura, se acabó el progreso, la esperanza de futuro, los derechos civiles más fundamentales.

Junto a Reino Unido, Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y algunos de sus socios en Asia- Pacífico como Japón y Australia, han impuesto sanciones contra la Junta Militar o sus empresas asociadas de las cuales obtienen financiación, reduciendo los fondos para cooperación que enviaban al país asiático. Los militares controlan las infraestructuras y buena parte de la economía del país a través de dos conglomerados: Myanmar Economic Holdking Limited y Myanmar Economic Corporation, cuyo valor asciende a varios billones de dólares, con lazos en 44 empresas extranjeras, según fue estimado por un grupo de expertos de la ONU ya en 2019.

Mientras los líderes del mundo observan la creciente crisis en Myanmar y debaten medidas, los militares aseguran desafiantes que están preparados para aguantar sanciones y el aislamiento tras el golpe. Pero, ¿lo está la población? Los civiles, como siempre serán los que sufrirán las consecuencias de modo más directo. Y muchas familias han abandonado sus hogares fuera de las grandes ciudades a aldeas y monasterios buscando ponerse a salvo porque temen lo peor.

 

Nuestra experiencia en Birmania

Sigue muy presente a pesar del tiempo transcurrido, conocí a la entonces aún Birmania allá por el 2010, apenas 5 años antes se había abierto oficialmente al turismo. En 2008 lo tuvimos que aplazar por la Revolución azafrán pues no recomendaban viajar allí.

Encontramos un país fascinante, casi intacto en lo que se refiere al turismo, que, como todos sabemos, tiene muchas cosas buenas, pero otras no lo son tanto. Un diamante en bruto, lleno de posibilidades para todos los que quisieran contribuir a construir el país, se palpaba la apertura. Encontramos una gente que, aunque suene a tópico, era una gente amable y amistosa de verdad. Paseamos por los templos de Bagan solos, recorriendo los verdes campos sembrados de cacahuetes en bicicleta mientras nos caía encima la lluvia tibia del monzón. Contemplamos la ciudad de Mandalay desde lo alto de su colina a la puesta de sol, con el Irrawaddy brillando como si arrastrase diamantes.

Fue una experiencia irrepetible y enriquecedora. Y he de decir que en estos años no hemos perdido el contacto con las personas que entonces conocimos, nos han invitado en repetidas ocasiones a visitarles y es, ciertamente algo que deseamos poder hacer en algún momento.

Desconozco de donde pueda venir la solución, pero sinceramente espero que la situación se pueda solucionar y que las vidas que ya ha costado no hayan sido en balde. Los birmanos han sufrido mucho, y merecen vivir sin la amenaza constante de una nueva dictadura. Merecen vivir en democracia y libertad y poder ofrecer un futuro a sus hijos. No les olvidemos.