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La historia del río Ganges fluye paralela a la de la civilización y cultura India. Desde su abrupto nacimiento, a más de 7.500 metros de altitud hasta que serpenteando a lo largo de la extensa llanura gangética se precipita al mar, ha sido testigo del ascenso y caída de sucesivos imperios, de épocas oscuras y de otras de gran desarrollo y esplendor. El Ganges, el río sagrado de casi 1.000 millones de hinduistas, la más antigua religión del planeta, no es un simple curso de agua, y si lo comparamos con otros famosos ríos, no tiene la historia del Tigris y el Éufrates, ni la longitud del Amazonas, ni la riqueza arqueológica del Nilo, pero, sin embargo, para los fieles hinduistas, tiene un atributo que no tienen los demás: es un río-divinidad.

El ghat de cremación de Manikharnika en Varanasi. FOTO  ©  Ángel López Soto

 

Ganges: el río sagrado

Por Ana Morales para GEA PHOTOWORDS

De hecho, los propios indios lo llaman Madre Ganga o Ganga Ma ya que tradicionalmente es considerado la encarnación de la diosa Ganga, que según las leyendas narradas en los Vedas, descendió a la tierra por compasión hacia el sufrimiento humano. Si nos remontamos a los antiguos textos védicos, todos los ríos de la India tenían esta condición de sacralidad, y fue sólo a partir de que fuese proclamado como “el mejor lugar de peregrinación” por el Mahabharata y que se afirmase que “cualquiera que se bañase en sus aguas purificaría a 7 generaciones futuras” cuando comienza su preeminencia sobre los demás. El Ganges tiene el poder de lavar el karma negativo de las almas (una ley de causa-efecto según la cual las acciones pasadas influyen sobre el presente) y de romper con el ciclo de reencarnaciones (moksha) para alcanzar el Nirvana (estado ideal en el que el individuo, liberado de la falsa idea del Yo, se despoja de la conciencia, el deseo, la necesidad, y el odio, alcanzando la paz y la quietud). Para el hinduismo, esta convicción lo es todo. Es el sentido de la existencia y su culminación. En el S.XVI, el poeta indio Tulsidas definió al Ganges como el bhuktimuktidayini, es decir, “el dador de salvación y disfrute material”. El beber de su agua es “como ser amamantado por la propia madre”. Por ello, el agua del Ganges es objeto de gran veneración. No sólo porque hace posible la subsistencia directa de 500 millones del almas, al regar la fértil cuenca conocida como “el cuenco de arroz de la India”, sino por sus cualidades espirituales. Desde la noche de los tiempos, día tras día, año tras año, siglo tras siglo y milenio tras milenio, millones de peregrinos desde Rishikesh, Haridwar y la inmensa llanura de Uttar Pradesh, Allahabad, Delhi, Agra, Varanasi, Calcuta…se sumergen en el Ganges y sus afluentes para obtener su purificación y la instantánea bendición, celebrar sus rituales o morir en él.

Transcurso de una cremación. FOTO  ©  Ángel López Soto

Son muchas las familias que guardan en sus casas las vasijas selladas con su sagrada agua, amrita (néctar de la inmortalidad), empleada para purificar a muertos y moribundos en los rituales domésticos si la muerte sobreviene lejos de sus orillas. Dicen que incluso el famoso emperador mogol Akbar bebía con fruición el agua de este río a la que se le atribuían cualidades curativas y de longevidad, a pesar de que era musulmán.

 

Ciudad Santa

Pero de las ciudades que emergen en extensa ribera, la ciudad santa por excelencia, no sólo para los hinduistas, sino también para los budistas y los jainistas, es Varanasi o Benarés, en el estado de Uttar Pradesh. A medio camino entre Delhi y Calcuta, su abigarrada ribera, que se levanta en la orilla izquierda del Ganges, en la confluencia del Varuna y el Asi, sigue la curva de un amplio meandro que se abre paso hacia el fértil valle. La ciudad de Shiva, una de las ciudades más antiguas de los cinco continentes, con sus 74 escalinatas o ghats que descienden hasta el río, ha sido y es testigo de los incesantes rituales de vida y muerte que se suceden en sus orillas, y de la profunda religiosidad hindú. Miles de peregrinos de todo el país que visitan la ciudad al menos una vez en la vida, realizan un circuito de peregrinación de seis días en torno a la misma (Panchakosi) y se sumergen en sus benditas aguas para lavar sus pecados. Muchos otros tantos se trasladan aquí cuando sienten la llamada de la muerte para morir aquí, ser incinerados como manda la tradición y entregar sus cenizas al río, liberándose de la infinita cadena de muerte y reencarnación a la que todos los seres vivos están sometidos.

Cremación en el ghat de Manikharnika. FOTO  ©  Ángel López Soto

Pero esta serie de creencias y rituales tienen un alto coste para la vida de la madre Ganga. La atribuida sacralidad de sus aguas, es, después de más de tres milenios, uno de los talones de Aquiles del Ganges. La presión demográfica sobre el mismo, los vertidos industriales y residuales, así como las millones de ofrendas y cuerpos arrojados a sus cada vez más escasas aguas son una fuente constante de contaminación que no hacen recomendable su uso ni para el baño, ni para el regadío de los cultivos, ni, mucho menos para el consumo humano. Cómo compatibilizar todos los aspectos físicos, geográficos y espirituales del mismo es la ardua tarea que tienen por delante las autoridades si quieren preservar la vida en torno a su cuenca para las generaciones futuras, ya que de no tomar las medidas necesarias en un no tan lejano fututo supondría una catástrofe de inconmensurables consecuencias tanto ecológicas como humanas.