Así la bautizaron los persas mucho tiempo antes de que Alejandro Magno la conquistase en el S.IV a.c, aunque sus primeros moradores llegaron siete mil años atrás.

Si en un artículo anterior hablábamos de la belleza y originalidad del paisaje de Pamukkale, en otra zona del país, el paisaje de esta región de Turquía, en Anatolia central no es para menos. Aquí, de nuevo, la naturaleza es la protagonista, y bien merece la pena que hagamos un recorrido por la zona. Capadocia es una tierra llena de leyendas, escrita en sus particularmente caprichosas rocas, cavernas trogloditas y ciudades subterráneas. Pero el origen de este paisaje tan especial y tan onírico hay que buscarlo en los volcanes de la zona. Estas construcciones y las extrañas formas de este paisaje que describen como lunar son el fruto de las innumerables erupciones de los dos volcanes que lo delimitan, uno de 3.200mts de altitud y otro de 4.000mts, y que distan 150 kms  entre sí.

 

GoremeHace diez millones de años, la lava de varios volcanes, entre los que se encuentran el Erciyes y el Hasan, cubrían toda la zona. Como las temperaturas oscilan muy drásticamente en esta zona, del invierno, en que puede permanecer tres meses bajo la nieve, al aplastante calor del verano, sus fuertes vientos y ríos subterráneos, fueron horadando y erosionando el terreno, de modo que las distintas capas, en función de su dureza han ido modelándose. La base es más resistente, de basalto, pero en otras capas superiores, el material, poroso y maleable permitió que distintas civilizaciones lo esculpiesen creando viviendas subterráneas, iglesias, y enterramientos. Con semejantes oscilaciones climáticas, vivir dentro de la tierra no es una mala opción. De hecho, uno puede experimentar lo que es vivir en la roca, pues hay numerosos hoteles trogloditas en los que tener la “experiencia completa”.

Guveranlink-PalomaresSe considera a Nevsenir la puerta de entrada a la Capadocia.  El primer lugar que visitemos seguramente será el Museo al aire libre de Göreme, un conjunto de monasterios e iglesias rupestres que datan de las primeras épocas del cristianismo. Fueron primeramente el refugio de monjes y ascetas de Siria y Egipto que huían de la persecución romana, y, más delante de las incursiones árabes y persas. El interior de las mismas, no sólo está “vaciado” de la roca, sino que además está bellamente decorado con cúpulas y frescos bizantinos, destacar la “Iglesia Oscura”, y la “Iglesia de la manzana”, San Basilio o Santa Bárbara entre muchas otras.

Castillo de Uchisar 3Cerca de Göreme y atravesando el valle de las palomas, o Güveranlink , donde unas formas alargadas y picudas que servían de cobijo a las aves, (de las cuales aprovechaban luego  el guano para los cultivos), encontraremos Uchisar, que es fácilmente reconocible por una construcción troglodita que sobresale de las demás: su castillo. Una gran roca volcánica llena de ventanas, espacios y túneles, de unos considerables 150 metros de altura. Las vistas con el volcán Erciyes de casi 4.000 metros de altura son comparables a las que se tienen viendo los valles desde un globo aerostático, aunque, eso sí, carece de la emoción de sobrevolarlo. Me recuerda a uno de esos castillos que uno hace en la playa, dejando resbalar la arena empapada entre los dedos. Lo que debieron trabajar para construir estos lugares…

Lugarena en UchisarCerca de Uchisar, entraremos en el valle de Pastabag, aquí sin duda que el paisaje nos enamorará, pues es aquí donde podemos contemplar las “Chimeneas de las hadas”. El porqué se las conoce así descansa en una leyenda de la zona. Dicen que miles de años atrás vivían en paz y armonía hombres y hadas. Hasta que un hombre y una hada se enamoraron, desobedeciendo las normas de ambos pueblos. La pena era muy severa: la muerte. Pero la reina de las hadas recapacitó y perdonó a los amantes, pero para evitar que esto volviese a suceder, convirtió a las hadas en palomas, por ello los hombres que viven allí cuidan de las palomas que viven en las chimeneas de las hadas, estas curiosas estructuras de toba volcánica que surgen entre los campos sembrados de viñas.

Chimeneas de las hadas 2De hecho, se les llaman “Chimeneas de las hadas”, porque los antiguos habitantes de la zona pensaban que solo estas criaturas sobrenaturales podían habitar tan singular lugar y producir esos extraños sonidos, que no eran otra cosa que el ruido del viento al pasar entre las oquedades de la roca.

Un paisaje inolvidable, de cuento, precioso tanto nevado como en el atardecer del verano donde el sol anaranjado crea efectos y relieves sobre las rocas.

Lo siguiente que queremos visitar es la ciudad subterránea de Özkonak. Entramos en una de estas ciudades excavadas en la roca, es increíble lo que esta gente hizo aquí, y el tiempo y el esfuerzo que le dedicarían, escavando varias plantas bajo tierra con pasadizos que se cerraban con ruedas de piedra, bloqueando el paso en caso de invasión.

Todo hace pensar que en realidad no vivían aquí sino que utilizaban el sitio para defenderse de los ataques e invasiones, pudiendo permanecer escondidos hasta tres meses.

 

Chimeneas de las hadas

A través de estrechos túneles y pasadizos vemos respiraderos que quedaban ocultos en el exterior, almacenes para las provisiones… en fin, es curioso, pero al mismo tiempo da bastante claustrofobia, se siente uno como una lombriz porque el aire es pesado y huele mucho a humedad.

Pero si Özkonak nos sorprende, Derinkuyu, es muchísimo más grande.

Por lo visto fue un pastor de Derinkuyu el que, en el año 1963,  tras derribar una pared de su casa-cueva, se encontró con una estancia que desconocía, y, que le llevó a otra, y a otra. Había descubierto sin saberlo la ciudad subterránea de Derinkuyu. Excavada en siete plantas que alcanzan los cuarenta metros de profundidad, se sabe que los hititas antes que los cristianos ya habían excavado y vivido aquí, y estamos hablando del 1400 a.c.. En sus distintos niveles había de todo, establos, iglesia, cocina, bodega…de todo.  Se piensa que había cabida para 10.000 personas. Diseminados y cubiertas por la vegetación había hasta 52 respiraderos que les podían permitir estar bajo tierra bastante tiempo. ¡Hasta un canal subterráneo de agua que les daba humedad y les garantizaba que el agua no podría ser envenenada!. Una se queda, definitivamente maravillada del ingenio humano, aunque me alegro de salir al exterior, no puedo imaginar qué sería pasar  semanas sin ver el sol.

 

 


 

Ana Morales

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