IMG_9439Situada a 64 km de Tetuán, 100 km de Ceuta y 120 km de Tánger la bella ciudad de Chaouen en la región de Gomara del Rif occidental se asienta a los pies de los montes Jebel Tisouka y Jebel Megou de 2.000 m de altura por los que fluye el río Ued Lau que la bordea. El topónimo de la ciudad significa “mirando a los cuernos” en referencia a estos dos imponentes picos que la dominan. ChefChaouen, Chaouen o Xaouen, es una de las ciudades más fotogénicas y más agradables de visitar para el forastero que se mueve por el norte de Marruecos. De hecho al pisar la antigua Medina, especialmente si se procede o se conocen zonas del sur de España como la Axarquía malagueña, Las Alpujarras o los pueblos blancos de Cádiz como Véjer, uno tiene la curiosa sensación de llegar a una ciudad que no sólo no nos es extraña sino que es especialmente familiar.

Una ciudad que nos recibe y nos acoge como si estuviésemos en casa. Una ciudad andalusí en blanco y en todas las gamas y variantes posibles de azul, con casas con patios y tejados a dos aguas. Un microcosmos relajante (quizás en eso tenga algo que ver las propiedades que se le atribuyen al color azul) que es un verdadero placer para los sentidos.

Chaouen hay que recorrerla sin rumbo y sin prisas y sin más cometido que el de disfrutarla. Y estando preparado para descubrir la vida que oculta a los ojos extraños transcurre en su interior. Los sentidos se agudizan en busca del secreto que la hace tan irresistible y de pronto, parados junto a un hatillo de leña seca apilada junto a una puerta cubierta con una jarapa comprendemos que estamos en un horno de pan donde las hacendosas amas de casa llevan a diario sus propias masas y pastas a cocer. Otras veces el aire nos obsequia con el olor irresistible de unos fogones y uno se concentra para intentar dirimir de donde proceden esos olores dulces y especiados pues las diminutas entradas de las casas, mimetizadas en los gruesos muros azules y casi ocultas a la vista pasan desapercibidas. Pero uno tímidamente se asoma, y con un poco de pudor y cautela incluso se adentra y descubre que en torno a un pequeño patio los niños juegan descalzos a la sombra del sol vengador mientras las madres realizan sus tareas. Incluso hay que disfrutar perdiendo el tiempo con los perezosos gatos chauníes que adormilados en el hueco de un zaguán o de una ventana se dejan hacer arrumacos de puro a gusto que están. O ceder el paso a un pollino cargado de bombonas que en algunos tramos tiene que ser empujado por su dueño porque patina. U observar como un grupo de señoras llenan sus cántaros de agua en una de sus muchas fuentes públicas.

En Chaouen es fácil caer hechizado porque el tiempo parece circular a otra velocidad. Es un placer reconfortante y terapéutico sentarse en el antiguo cafetín de la plaza Uta el Hamman a hacer exactamente lo mismo que hacen sus locales, contemplar, beber sin prisas un té a la yerbabuena y dejar que el murmullo de la plaza nos meza. O que nos saque de nuestro ensimismamiento el canto de llamada a la oración desde la mezquita mayor. O que sintiendo las quejas de nuestros estómagos nos regalemos con un excelente cuscus en Casa Hassan. O busquemos el carrito ambulante de venta de caracoles y garbanzos cocidos con especies que se coloca en la misma plaza todas las tardes. Si partimos de la neurálgica plaza dominada por la Kasbah y la Mezquita Mayor, sombreada por viejos árboles y rodeada de restaurantes y cafés, en dirección sur, entraremos en el barrio de Suika, el más antiguo de la Medina donde podremos ser testigos de su intensa actividad comercial. Sus calles en pendiente serpentean hasta Bab el Ain, la puerta más importante de acceso a la medina desde la ciudad nueva y cerca de la cual encontraremos una mezquita blanca de puertas rosas en cuyo pequeño cementerio se encuentra la tumba del fundador de la ciudad: Mulay Ben Rachid.

En Suika encontraremos multitud de pequeños comercios dirigidos principalmente a la población local: ultramarinos, confección, encurtidos, frutos secos, mantequilla, requesón  y toda clase de delicias autóctonas. A las puertas de muchos establecimientos  o sentadas en los escalones de acceso de algunas casas podremos ver a las mujeres rifeñas exponiendo  el excedente de sus terrenos y vacas, huevos, hierbas aromáticas, aceitunas y quesos. La mayoría visten sus vestimentas típicas y se protegen del sol con pañuelos y los llamativos sombreros de paja con adornos de lana. Pero el mejor modo de verlas es en el mercado bereber que se pone extramuros un día a la semana, creo recordar que el jueves. El barrio que se extiende hacia el monte al norte de la plaza, es conocido como el barrio de los Andaluces, una zona en la que hay más viviendas y un menor volumen de establecimientos comerciales, pero más orientados hacia el visitante. Todo lo que son artesanías, orfebrería y  galerías de arte así como los coloridos almacenes de jarapas y alfombras están pensados para el turista. La salida de la Medina por el norte, se realiza por Bab el Ansar. Junto a esta puerta hay unas pequeñas cascadas conocidas como Ras el Ma, un lugar de asueto y  punto de encuentro para la población local. El lugar es muy agradable y fresco por la tarde aunque las cascadas seguro que conocieron tiempos mejores.  A los pies de las mismas se encuentran los lavaderos públicos, exactamente iguales a los que habréis visto en cualquier pueblecillo de las Alpujarras y diría que también en desuso. Pero ¿cuál es la historia de Chaouen que tiene sin más remedio que tener nexos de unión con la nuestra?

Ciudad de peregrinos, fue fundada por Mulay Ben Rachid en 1471, y dado su particular enclave rodeado de montañas y de difícil acceso, dominaba la ruta mercantil entre Tetuán y Fez y servía como base para frenar la entrada e influencia de los portugueses de Ceuta. Conoció una gran prosperidad entre los siglos XV y XVII recibiendo constantemente población morisca y sefardí que había sido expulsada de España. Chaouen conoció tres éxodos andaluces durante el reinado de Moulay Ben Rachid, así como un gran éxodo en tiempos de su hijo Mohamed. Tras la expulsión de los musulmanes de Andalucía, la ciudad se convirtió en una réplica de Al Andalus en lo que respecta a la cultura y también a su arquitectura. Otras fuentes apuntan que la ciudad también fue poblada por los nazaríes expulsados de Granada, el último reducto musulmán de la península, los cuales pusieron su empeño en reproducir lo que dejaban atrás. En 1494, refugiados judíos y musulmanes que escapaban de Granada se instalaron en Chaouen. Con ellos traían arraigadas tradiciones y costumbres que le hicieron crecer siguiendo un modelo similar al de cualquier pueblo andaluz: casas con muros gruesos, balcones de forja, tejas de barro, patios con limoneros. En los siglos XVI y XVII con la llegada de los moriscos, que huían de una nueva reconversión forzosa y de la represión tras la sublevación de las Alpujarras tras su expulsión definitiva, la ciudad siguió creciendo en barriadas sucesivas que trepaban por la falda de la montaña.

 Hasta hoy en día el barrio andaluz es uno de los más poblados de la medina. Pero además dice la leyenda, y a mí me gustan las leyendas, que la ciudad fue construida a modo de réplica de la ciudad gaditana de Vejer de la Frontera, pues según cuenta la tradición, Moulay Ali Ben Rachid le había prometido a su esposa Lalla Zahra (una noble española convertida al Islam) que la ciudad se parecería a su ciudad natal, Vejer, y así fue.  Se dice que llegaron a ser 10.000 sus habitantes: 6.000 marroquíes, 3.000 andaluces y 1.000 judíos. Y así, protegida por las cumbres de El Rif, Chaouen permaneció aislada durante siglos. Aislada que no en el olvido. Su inaccesibilidad aumentaba la curiosidad de los extranjeros. Se convirtió en el hogar de toda esta población que lo había dejado todo atrás. Teniendo en cuenta lo que habían vivido sus habitantes tras la expulsión, y que esta afrenta se transmitía de padres a hijos, se prohibió la entrada de cualquier cristiano bajo pena de muerte hasta el año 1920, en que Marruecos fue ocupado por las tropas coloniales españolas. Cuál no sería la sorpresa de los recién llegados cuando se encontraron con un pueblo donde los judíos todavía hablaban una variante del castellano medieval: el sefardí.

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De hecho, antes de la segunda década del s XX, únicamente se conoce la presencia efímera en la ciudad de tres extranjeros atraídos por la aureola de leyenda y de misterio que la rodeaba. El primer europeo que accedió, disfrazado por lo visto de judío errante fue el escritor Charles de Foucauld en 1883, de los otros dos sólo uno de ellos lo pudo contar pues el otro murió envenenado. En fin, Chaouen da para hacer varias entradas así que lo dejo aquí, espero que os haya despertado el interés de conocerlo.

 


 

Ana Morales

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