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Asegura que sus inquietudes artísticas y su interés por explorar lo desconocido fueron sin saberlo herencia genética de su desconocido abuelo paterno, un indiano que rompió moldes a mediados del siglo pasado y cuyas peripecias africanas se podían leer en la prensa mexicana de la época. Pero cuando se revelaron en Eduardo Lostal fue a raíz de una estancia en Kenia y Tanzania. Acampado en la sabana africana en medio de la naturaleza más pura y salvaje comenzó su interés por la etnografía y por el descubrimiento, lo que le ha llevado a fotografiar en su hábitat a las etnias y tribus más desconocidas y salvajes del planeta. Casi como una consecuencia natural cuando se atesoran tantas experiencias y se tiene tanto que contar, acaba de publicar su primera novela. ‘Oí silbar a las acacias’.

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Eduardo Lostal en el Amazonas. Foto cedida por Eduardo Lostal

Entrevista a Eduardo Lostal

Por Ana Morales para GEA PHOTOWORDS

Fotógrafo y viajero empedernido, Eduardo Lostal es una persona inquieta, de esas que siempre tienen a punto la maleta y la cabeza llena de proyectos. Desde que iniciará su exitosa carrera como fotógrafo, hace más de veinte años, ha viajado por todos los continentes, aunque es especialmente conocedor del universo y los contrastes africanos. Costa de marfil, Burkina Fasso, Kenia, Egipto, Tanzania, Senegal, Mauritania, Mali, Camerún, Nigeria o Etiopia son sólo algunos de los países en los que ha fotografiado las distintas etnias, tradiciones y modos de vida de unos pueblos que parecen quedar a años luz de la civilización, sin que por ello dejen de ser tan contemporáneos como la sociedad que todos conocemos, pero donde la vida se asemeja más a los orígenes del hombre.

Eduardo puede presumir de haber explorado lugares tan remotos e inhóspitos del planeta como el desierto de Danakil en Etiopia, o las selvas impenetrables de Irian Jaya, en Papúa, siempre a la búsqueda de la esencia más ancestral del ser humano. Su pasión por la etnografía le ha llevado a interactuar y convivir con tribus tan desconocidas o inaccesibles como los temibles Korowais u hombres mono o los Yali, en el valle de Balien. Su afán por fotografiar la diversidad y el convencimiento de que tras la uniformidad de la globalización aún quedan culturas e individuos únicos es el motor de su obra fotográfica, divulgativa, y con la publicación de esta su primera novela, también escrita.

Has recorrido los cinco continentes retratando la vida y tradiciones de un extenso mosaico étnico, sin embargo, ¿por qué tu historia transcurre en el continente africano?

Me declaro uno más, de tantos occidentales, que han acabado sucumbiendo al hechizo de África. Creo que es por lo que te hace sentir, por la sensación de libertad que te embarga, en cuanto pisas aquel continente. El africano no vive una vida tan encorsetada como la nuestra y eso te permite respirar mejor, sentirte mucho más ligero, mucho más emancipado… No quisiera caer, como dice Cristina Calo, uno de los personajes con más presencia en la novela, en el error de sublimar la alegría del pueblo africano. Es frecuente, entre los occidentales que visitan el continente, escuchar que el africano es alegre por naturaleza. Pero, ¿qué sabemos nosotros, en realidad, de lo que se oculta tras esa sonrisa?

En mi opinión, como digo en el libro, solo quien tiene las espaldas cubiertas puede llegar a concebir una visión idílica del drama diario de sus gentes. Y, sin embargo, es cierto que, a veces, te trasmiten más felicidad que la mayoría de la gente con la que convivo en el sobrevalorado mundo desarrollado.

Últimamente me ha dado por pensar que es una simple cuestión de talento. En nuestra sociedad, se habla constantemente del talento para los negocios, del talento para el arte, del talento para “triunfar en la vida” de acuerdo con los cánones de triunfador – en mi opinión, la mayoría de ellos, erróneos – que nos han inculcado. Pero nadie nos habla del talento para exprimir todo el jugo a la vida, del talento para ser feliz con lo que tienes… Creo que es esa clase de talento, escaso en nuestro mundo de confort y excesivo proteccionismo, el que hace que del africano, una persona, sino más feliz, sí, al menos, más realizada, como ser humano, que muchos de nosotros.

Existe una línea, por supuesto, que no se puede traspasar. Una línea, que por desgracia se sobrepasa con frecuencia en África, tras la cual no puede haber ni felicidad ni dignidad humana. Esa línea la marcan, a mi entender, tres factores primordiales: la guerra, el hambre y la injusticia social extrema. No hablo del África que se encuentra al otro lado de esa línea, sino del de la gente que es capaz de llevar una vida precaria, pero digna.

En cuanto a la segunda parte de la pregunta: siempre me ha interesado la realidad tribal. Desde mis primeros pasos, como viajero y fotógrafo, siempre he tratado de seguir aquellas huellas que me alejaban de la globalización – En ese sentido, a veces creo que he nacido 50 años tarde -. Las culturas que yo busco nos remontan al principio de los tiempos. Por eso me atrae tanto esa parte del continente africano. Se trata de un pedazo de continente, que aún conserva una gran pureza tribal. Ese pedazo de África abarca, sobre todo, cuatro estados: Etiopía, Norte de Kenia, Sudán del Sur y noreste de Uganda. De ahí que me interesara desarrollar esta historia de tribus y costumbres ancestrales en el remoto Valle del Omo.

Siendo un gran conocedor de África y habiéndolo visitado en numerosas ocasiones, qué cambios has percibido desde que llegaras a él por primera vez?

El año pasado regresé a los parques del Serengeti y el Ngorongoro, en Tanzania. No había vuelto allí desde hacía 22 años y sí que noté grandes cambios; todo es mucho más turístico, más estructurado. Se ha perdido la pureza tribal y hasta los masai que viven alrededor de los parques se han acostumbrado a vivir del turismo y se han alejado de su esencia.

Sin embargo, yo tiendo a alejarme de las zonas turísticas y me alegra comprobar que aún quedan zonas en África, donde las cosas, para bien y para mal, no han cambiado demasiado en las últimas décadas. Zonas de una gran pureza tribal, que respiran África por los cuatro costados.

He viajado pos los cinco continentes y, en mi opinión, África es que menos ha cambiado. Hay quien me tacha de egoísta por pensar así. Quien me dice que solo pienso en mis propios intereses al preferir privar a esa gente de los beneficios del mundo desarrollado. El problema es que yo no tengo tan claro que nuestro mundo y nuestros valores sean tan maravillosos después de todo. Tenemos más que ellos, eso está claro, ero pagamos un precio, con frecuencia, inhumano por tanta comodidad y tanto desarrollo. No tengo claro que esta gente vaya a ser más feliz por tener más.

He visitado algunos reductos tribales, por llamarlos de alguna manera, donde me he preguntado ¿qué clase de desarrollo les vamos a traer a estas gente?, ¿de qué beneficios hablamos…? Miraba a mi alrededor y veía un entorno de ensueño, gente de apariencia sana y feliz – con sus problemas, como nosotros tenemos los nuestros, pero satisfechos con su existencia, capaces de cumplir con las sencillas expectativas de sus vidas, o, lo que es lo mismo, sin tanta frustración como se ve en nuestra sociedad. Ellos son los reyes de su mundo, y nosotros les proponemos convertirlos en pordioseros del nuestro. Porque está claro que les vamos a dotar de nuestras necesidades, pero no dudo que les facilitemos el acceso a nuestros recursos.

En todo caso, soy de la opinión de que el pueblo africano tiene derecho a seleccionar que aspectos del progreso les interesan y cuáles no, y también a marcar su propio ritmo de adaptación a los cambios.

Mi novela está plagada de reflexiones personales de esta clase, sobre las que cada lector podrá sacar su propia conclusión.

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Foto ©  Eduardo Lostal

Crees que a través de tu novela el lector puede romper con los clichés que continuamente nos asocian con África, ya sabes, guerra, hambre, señores de la guerra, conflictos enquistados..?

Como dice la mexicana Cristina Calo, en la novela: “África te ofrece una cara amable y otra cruel”, hay que saber convivir con ambas.

Es cierto que las guerras y las hambrunas siguen azotando algunas partes de un continente, África sigue siendo muy inestable, pero, a pesar de ello, ejerce un gran magnetismo sobre el ser humano. Sobre todo, si te gusta vivir intensamente. La violencia es inherente a la cultura africana, está presente desde que naces. Forma parte de tus ritos y de tu desarrollo como persona. Por tanto, la violencia está presente también en “Oí silbar a las acacias”.

En la novela me centro sobre todo en el costumbrismo tribal, en la forma de pensar y de enfocar la vida de algunas de las tribus que habitan en el Valle del Omo, como los surma y hamer. Pero también intento ofrecerle al lector una visión global de la problemática africana, incidiendo en algunas de sus principales lacras: los odios tribales, las sequías, la política de las patentes farmacéuticas, el furtivismo, el neocolonialismo…

No sé si es muy aventurado el suponer que en esta novela, a pesar de ser ficción hay mucho de ti, con qué personaje te identificas más?

Quien lea este reportaje y lea luego la novela, se dará cuenta de que hay mucho de Eduardo Lostal en el texto de “Oí silbar a las acacias”. Sobre todo en la forma de entender la vida de “Mario Ferrándiz”, el periodista español, que viaja por primera vez a África, para realizar un reportaje para la National Geographic. Gracias a Mario Ferrándiz, me he dado cuenta de que escribir puede resultar muy terapéutico, ya que te permite soltar todo lo que te arde dentro.

En “Oí silbar a las acacias“ eres bastante crítico con nuestra sociedad “del bienestar”, cual crees desde tu punto de vista que es la solución a los problemas de África?

La novela tiene un punto de crítica hacia ambas sociedades: la africana y la nuestra. De hecho, si algo tienen en común todos sus personajes es un indudable espíritu rebelde. Todos ellos se amotinan contra una sociedad, que, en ocasiones, llega a maltratarles física y psíquicamente. La historia habla de la liberta del individuo para controlar su propio destino. Y de vivir la vida sin temor a perderla.

En cuanto a si tengo una solución a los problemas de África, sería realmente osado por mi parte, si dijera que sí. Primeramente, porque son muchos y variados los problemas de África. Pero, aun a riesgo de sonar demagógico, creo que deberíamos empezar a mirar a los africanos con más respeto. Tratar de comprenderles mejor y no caer en el chauvinismo de pensar que nuestro modelo es el idóneo; ellos también tienen mucho que enseñarnos a nosotros. Y, en todo caso, si hemos de prestarles nuestra ayuda, tratar de evitar la tentación de neocolonizarles. Por supuesto, son los propios africanos los que tienen que encontrar la solución a algunos de sus mayores lacras.

Tras el éxito que está cosechando tu novela, te planteas comenzar una carrera como escritor?

Pues no estaría mal. He descubierto que me encanta escribir. De hecho, estoy terminando mi segunda novela, titulada “Coge mi mano”, cuya acción transcurre en Sudán del Sur, durante la despiadada guerra civil que asoló el país entre 1983 y 2006.Es una historia terrible – uno de esos episodios que degradan al ser humano, como el Holocausto judío o los genocidios de Ruanda o los Balcanes -, y muy desconocida en nuestro país. Huelga decir que, en esta ocasión, no hay nada de personal en ella.