Lo reconozco, nada me gusta más que un mercado. Cuando viajo, algo inconsciente me guía hacia ellos de modo que siempre acabo encontrando y visitando todos los mercados y mercadillos de la zona. Disfruto con el ambiente y el bullicio que los rodea y sabiendo qué y cómo compra y vende la gente. Me ayuda a conocer mejor el país. En el caso de Tánger, los mercados callejeros son parte del carácter y del paisaje humano de la ciudad, pues una buena parte de esta es en sí misma un gran mercado o zoco.

En los aledaños de la Rue de la Liberté, en Tánger, hay una zona popular de mercado que se conoce como el “mercado bereber” o el “mercado de los pobres”.

En la localidad de Assilah conocimos el año pasado otro al que llamaban igual. Ahora sé que en todas las ciudades de Marruecos hay alguno pues así se refieren a mercadillos en los cuales se venden principalmente los frutos del campo de los campesinos rifeños. Mercancías expuestas en la calle sobre una loneta o un plástico, en cestos de paja o en carros. Pequeños excedentes de las familias que sirven para soportar la escasa economía doméstica: leche, cebollas, yerbabuena, huevos, quesos, aceitunas o patatas, según sea el momento. Generalmente es la mujer jebala la que va a vender al mercado, y las identificareis en seguida sentadas en los bordillos de las aceras, en algún escalón o bajo un soportal, con sus vestimentas típicas, pañuelos y mandiles de rayas y sus sombreros de paja con borlones de lana de colores.


En el mercado bereber de Tánger nos habían hablado de un antiguo Fondouk o posada para comerciantes que alberga desde hace más de cien años al mercado de los tejedores. En seguida quisimos dar con el lugar y la verdad es que no fue complicado. Caminamos bajo la lluvia entre los coches y el gentío, sorteando jaulas llenas de pollos, menaje barato, animales de compañía, puestos de encurtidos, y, voilá, allí estaba. Su nombre real es el de Fondouk Chejra, que significa en árabe algo así como “hotel del árbol”, en alusión a que durante mucho tiempo era el albergue de todos los comerciantes que andaban de paso en la ciudad. Incluso hospedaba a las personas necesitadas que no podían pagar un hostal pasar la noche. Al fondo del patio, a la sombra de un árbol había un lugar poco recomendable donde por 1 dirham simbólico todos podían pernoctar.
IMG_2569El edificio es de grandes dimensiones, rectangular, de dos alturas y con bajos porticados construidos alrededor de un patio abierto donde los comerciantes llegaban con sus mercancías en mulas o a camello. Domina la zona de mercado, y aunque no es tan antiguo comparado con otros sitios de la ciudad, la falta de mantenimiento es tan patente que nos hace pensar que sea más antiguo.
Se construyó a principios del siglo pasado, a la par que el Teatro Cervantes, cuando Tánger era una ciudad internacional. Parece ser que durante la segunda guerra mundial fue el acantonamiento de los militares británicos que guarecían en el patio a sus monturas. Hoy en día el patio está compartimentado y cubierto por chapas de uralita que alojan en su interior claustrofóbico más tiendas y talleres. Los tejados están plagados de antenas parabólicas y los gatos se mueven a sus anchas por ellos y por las tiendas abiertas, tan flacos como los pollos que acabamos de ver en el callejón.

En la primera planta antaño estaban las habitaciones para huéspedes que hoy son los pequeños talleres de tejedores. Digo tejedores en masculino porque hombres, y solo hombres trabajan aquí. Todo se hace manualmente, se hila la lana en ruecas casi bíblicas y con ellas se hacen madejas que se pueden ver apiladas en los pasillos de acceso. Viendo los telares, totalmente manuales somos conscientes de que estamos en un lugar por donde la revolución industrial nunca pasó. Ni falta, Marruecos es famoso por la alta calidad de sus artesanos, que todavía respetan la técnica y los procesos de fabricación transmitidos generación tras generación, y esto es lo que aquí, si tenéis interés, podréis ver.

Los pesados telares de madera son activados con los pies y los carretes lanzados de un lado a otro con la mano. Uno de los hombres lanza la bobina con el hilo y el otro la recoge al otro lado, activa el pedal y la vuelve a lanzar, con mucha coordinación, cambiando el color de los hilos o realizando algún dibujo. Y así diez, doce, catorce horas cada día, día tras día, vida tras vida. Todos los «talleres» del fondouk tienen al menos un telar como este, en algunos incluso el escaso espacio está dividido en una especie de entreplanta sin ventanas justo por encima al que acceden por unos travesaños de madera donde puede haber un segundo telar.
Allí conocimos a varios artesanos que nos invitaron a ver de primera mano cómo se fabrican las telas, incluso tuve la oportunidad de probar yo misma en un telar. En la tienda número 44 conocimos a Adbelkader, un señor muy simpático de mediana edad que chapurreba bien el español, y que según nos contó recorrió España y buena parte de Europa trabajando en el Circo Italiano. Cruzó a menudo el estrecho en busca de oportunidades y finalmente se estableció aquí, siguiendo con un trabajo que ha sido el sustento de su familia desde hace setenta años.

IMG_2532En la tienda número 54 del fondouk conocimos a Mohamed, de 54 años, un hombre tranquilo, enjuto y prematuramente avejentado que al saber que estábamos interesados en el fondouk nos contó muchas cosas sobre el lugar y sobre la historia de su familia. Comenzó en el oficio cuando contaba una abultada melena afro y sólo tenía 15 años. Aprendió de su padre, que estuvo en activo sesenta años, (y cuya foto pudimos ver allí colgada), y este, a su vez, de su padre. En total una estirpe de tejedores que suma más de un siglo. El negocio, inshallah lo continuarán dos de sus cuatro hijos que dehecho ya estaban acompañándole por allí. Un niño de unos cinco años y un chaval de unos once, de nombre Ahmet, despierto, simpático y responsable como ya quisieran muchos adultos. Mohamed sin embargo se entristece al pensar que este oficio pronto desaparecerá pues cada año hay más tejedores que se ven obligados a cerrar sus talleres. Y se entristece a pesar de reconocer que este es un trabajo muy esclavo que no está pagado y que apenas da lo justo para vivir.

A pesar de que las larguísimas jornadas aporreando el telar a él no le han permitido en todos estos años guardar ni un solo dírham para su jubilación, sólo vivir al día y atender a las necesidades de los suyos. Cambiando simplemente el dinero de manos. Sin ningún lujo. Mohamed nos confesaba con el deje amargo de aquel que ha hecho balance de su vida y que la pone en perspectiva, que nunca ha salido de esta ciudad, y que no conoce nada salvo este microcosmos del antiguo caravanserai que muere lentamente, y en el que ha pasado su vida como sus ascendientes antes que él. Curiosamente, a pesar de no haber salido nunca de aquí, Mohamed fabrica algunos diseños para Canadá, Francia o España, y fueron ellos los que viajaron para conocerle a él.

Su sinceridad y dignidad nos tocó la fibra sensible. Con un español suficiente y con voz pausada nos dedicó su tiempo, enseñándonos con orgullo bellos diseños geométricos exclusivos de su familia. Apiladas en el suelo y colgados de cuerdas y perchas se exponían hermosos textiles de lana, algodón, yute, cáñamo o sabra, un hilo sintético similar a la seda brillante que se usa para los adornos y que es muy popular. Mohamed nos mostró además una carpeta con imágenes y especificaciones de algunos modelos de toallas que él fabrica para una firma canadiense (que pudimos comprobar vende estas prendas diez veces más cara de lo que las paga a Mohamed) y de babuchas bordadas, que vende a una marca española ubicada en Alicante. Prendas que luego nosotros valoramos y compramos en destino pagando por ese trabajo artesanal que aquí no pueden cobrar pero que no enriquecen al fabricante sino al distribuidor.

Otros fabricantes del fondouk fabrican piezas o modelos concretos para Barneys, de Nueva York o para Hermés, modelos que serán vendidos a precios de las mil y una noches, y, que sin embargo son producidos en un lugar como este, que fuera de África no superaría ninguna inspección técnica ni de trabajo, y tejido por estas humildes y callosas manos que no sabrían hacer otra cosa.
La escuela no es obligatoria en Marruecos y el trabajo infantil no es raro, pero Mohamed quiere que sus hijos estudien y tengan además de los conocimientos básicos una profesión. Él está decidido a que tengan un oficio, aunque sea humilde. Le preocupa la cantidad de chavales que pasan los días tirados en la calle, sin oficio ni opciones, y que ante la falta de oportunidades acaban sumidos en la delincuencia o en cosas peores.
Al día siguiente, justo antes de partir regresamos con la idea de comprar algún recuerdo, y fue su hijo Ahmet el que guardaba la tienda con gran diligencia y él que nos explicó los detalles de cada tejido. Quién sabe si esta nueva generación conseguirá por fin vivir dignamente de este bello oficio. Les deseamos toda la suerte del mundo.

Lo encontrareis en:
FONDOUK CHEJRA
Rue de la Liberté, Marché des Pauvres Bldg., 1ª planta
Tánger, Marruecos