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Decía Napoleón Bonaparte: ‘Si el mundo fuera un solo estado, Estambul sería su capital’. A pesar de que la ‘primavera árabe’ parezca no tener fin por las protestas ciudadanas que vemos todos los días en los medios,  una cosa es bien cierta: Estambul sigue siendo el punto de encuentro y entendimiento entre oriente y occidente. Más allá de lo que está ocurriendo en este puente geográfico y espiritual entre Oriente y Occidente, cualquier visita será inolvidable.

Estambul_2013_1946Pescadores de Üskudar en la orilla asiática. FOTO  ©  Francesc Morera

 

Estambul, la ciudad infinita

Por Ana Morales para GEA PHOTOWORDS

Si hay algo que me queda claro cada vez que la visito, es que la antigua Constantinopla es una de esas urbes del planeta que no te acabas. Una ciudad única e inagotable que encierra en sí misma muchos destinos y que como si de un conjuro se tratase confluyen en un único nombre: Estambul.

La que fuera capital del mundo durante más de 1.500 años, primero del Imperio Bizantino con los romanos, más tarde del poderoso Imperio Otomano y contemporáneamente de la República de Turquía hasta 1923, no ha perdido ni un ápice de su leyenda y esplendor.

Ubicada en un entorno natural único en la confluencia de Asia y Europa, y embellecida durante siglos acorde con su estatus de capital de Imperios, en Estambul tuvieron cabida decenas de pueblos, culturas y religiones cuyos vestigios nos salen al encuentro en cada esquina para recordarnos su identidad y para contarnos algo de su historia. Porque todos ellos cual tesela de un mosaico son necesarios para intentar aproximarnos a esta ciudad cuna de civilizaciones y punto de encuentro y aproximación de culturas y religiones.

 

Descubrir la historia

Las gigantescas dimensiones de esta urbe con olor a historia no deberían desanimar a ningún viajero con ansias de descubrimiento. Tanto si seguimos un itinerario marcado como si nos dejamos llevar por nuestro olfato, comprobaremos que Estambul es una ciudad en la que el pasado convive con la modernidad sin que uno le quite protagonismo al otro.

Mientras la UE desoja la eterna margarita de la adhesión del país como socio de pleno derecho, la ciudad afronta estos días la candidatura a unos reñidos JJOO (algo desvirtuada por las recientes protestas populares que casi a diario vemos en televisión), o la construcción de una de las obras civiles de ingeniería más complejas e impresionantes del mundo. Con el ambicioso proyecto ferroviario Marmaray de 76 kilómetros de extensión se conseguirá cruzar el Bósforo a través de un túnel bajo el mar comunicando los lados asiático y europeo de la ciudad.

Al atardecer en las gradas de Salakat. FOTO  ©  Francesc Morera

Estambul busca su lugar en el concierto europeo y mundial, y, paseando por sus calles no hay duda de que en consonancia con el resto del país está atravesando una década de bonanza y prosperidad económica sin precedentes. Aquí, una tan cansada de hablar y oír hablar de crisis como un elemento que parece ya marcado a fuego en nuestras cabezas, no la ve por ningún sitio.
Los estambulinos abarrotan las calles, los cafés, los mercados, disfrutan del ocio y de su ciudad. En sus numerosos barrios se observa una creciente clase media que demanda y que toma las calles. Antiquísimas casas tradicionales del centro histórico que se caían a pedazos por el paso del tiempo y la falta de recursos, se están recuperando poco a poco así como un gran número de mezquitas y monumentos que están recibiendo necesarias tareas de limpieza o restauración.

 

Protestas

Sólo en 2012 se destinaron más de 3000 millones de euros en renovar la ciudad. Pero obviamente este desarrollo también tiene sus sombras, sus detractores, que acabaron iniciando las protestas de la plaza de Taksim denuncian que en los últimos años, residentes de muchos barrios de Estambul, especialmente de las zonas más empobrecidas y habitadas por minorías, fueron expulsados en nombre del desarrollo siendo desalojados y reubicados en las afueras de la ciudad.

La misma historia que se repite en todas las grandes ciudades del mundo pero que aquí han sido el detonante para sacar a los ciudadanos a la calle. Las protestas en el parque Gezi representan el más fuerte y unificado movimiento de oposición de los últimos años a estos proyectos de desarrollo urbano y económico.Y es tras una década de crecimiento económico por encima del 5% anual que el gobierno pretende que para 2023, cuando se cumplan 100 años de la moderna república turca, este país sea una de las 10 mayores economías del mundo.

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Tertulia en la Torre de Leandro, Üskudar. FOTO  ©  Francesc Morera

Pero como decía antes de comenzar a disertar, lo mejor es moverse a pie por la ciudad o hacer uso del transporte público. La extensa red de ferris, autobuses y trenes no sólo nos acercarán a la gente sino que nos permitirán descubrir rincones de indescriptible belleza en los que relajarnos y disfrutar con los cinco sentidos de esta experiencia. Aunque siempre se nos habrán adelantado, siempre estaremos rodeados por la población local que por más que nos sintamos momentáneamente unos privilegiados siempre supieron de la existencia de estas vistas o estas puestas de sol mucho antes de compartirlas con nosotros.

 

Mucho en común

El estambulino es de carácter amable y abierto, y en seguida nos percatamos de cuanto tenemos en común. Disfrutan de la vida, del descanso, de las reuniones con amigos, de la cháchara, pero también de la contemplación, de la comida, de la fiesta, de la pesca, ¿no es eso lo que define al espíritu mediterráneo? Al contrario de lo que muchos puedan erróneamente creer, hay una máxima que es de total aplicación aquí: la del vive y deja vivir.

Nadie te intenta convencer de nada, cada uno vive intensamente sus creencias religiosas y tolera a las demás. Un ejemplo de esto lo podemos observar en el barrio de Kuzguncuk, en la orilla asiática de Üsküdar desde donde se observa una de las más bellas puestas del sol de ciudad: en una misma calle conviven una sinagoga, dos iglesias cristianas y una mezquita que incluso comparten el patio.

Los cementerios también se encuentran unos junto a los otros, cosa que en otros lugares del mundo sería del todo impensable. Y es que tras la llegada de los otomanos Estambul se convirtió en todo un símbolo de tolerancia ya que estos no sólo no arrasaron con todos los edificios religiosos existentes sino que facilitaron la práctica de los distintos cultos, actitud que continua en nuestros días.

Otro ejemplo lo hallamos en los históricos barrios de Fener y Balat. La sede del Patriarcado Ortodoxo Griego, máxima autoridad mundial de la iglesia ortodoxa reside desde 1601 en el antiquísimo barrio de Fener, junto al Cuerno de Oro. Fener, que fue un barrio cristiano y judío en época otomana hoy en día está poblado por kurdos, griegos, armenios y judíos. El barrio de Balat, históricamente de población judía conserva varias sinagogas, y, si seguimos el Cuerno de Oro, en lo alto de la colina de Eyüp estaremos en el punto más sagrado de peregrinación musulmana de toda la ciudad, la mezquita de Eyüp Sultan. Como vemos, aquí hay sitio para todos.

Mezquita de Ortaköy, sobre el Bósforo. FOTO  ©  Francesc Morera

 

También en Europa

Pero si lo que queremos es tomarle el pulso a la parte más Europea de la ciudad tan sólo tendremos que cruzar el puente de Gálata y ascender hasta la calle Istiklal que confluye en la plaza de Taksim. Atravesando el humilde barrio de pescadores de Karaköy a los pies de la colina, y después el de Beyoglu tendremos la sensación de que efectivamente cada vez estamos más en Europa, para muestra los elegantes edificios conservados que antaño eran la sede de las embajadas y domicilios de diplomáticos destinados en Estambul. Los pasajes, las tiendas de anticuarios, las cafeterías y la multitud de lugares bohemios convierten a esta parte de la ciudad en imprescindible para todos los que busquen una amplia oferta de ocio y restauración.

Por último, si uno no tiene claro si quiere estar en Europa o en Asia, o en ninguno de los dos sitios y en los dos a la vez sepan que esto también es posible recorriendo el Bósforo hacia el punto habitado más al este de la ciudad: Anadolu Kavagi, la puerta de entrada al mar negro. Arropados por la brisa, las gaviotas y los delfines podremos ver en detalle las dos costas, sus bellísimas mansiones de madera o yalis y los antiguos palacios al borde del mar, los pequeños puertos pesqueros que se surten de estas aguas, el incesante tráfico del estrecho, los barrios de Örtakoy y Arnavutköy… es una experiencia 100% recomendable.

Y aunque Bonaparte no fue sino uno más de los personajes que a lo largo de su historia quedaron prendados ante la abrumadora intensidad de la urbe, una cosa es verdad, Estambul es la puerta al oriente y creo que sigue siendo el punto de encuentro y entendimiento entre continentes.