El esqueleto de una ballena franca cazada en 1878, la penúltima que se capturó en las costas vascas, se exhibe suspendido en el aire en el Aquarium de San Sebastián. Más de quince millones de personas ya la han visitado y este año se cumplieron los 140 años de su captura.

¿Quién no conoce la célebre novela Moby Dick, o, al menos no ha visto la famosa versión que de la misma hizo Hollywood en los años sesenta?

Moby Dick fue el primer libro que tomé prestado de la biblioteca de la escuela hace muchísimos años, y que conseguí leer entero, una gesta importante para mis nueve añitos. Quizás por lo descriptiva que es la novela en cuanto a la caza de las ballenas en el siglo XIX, a los exóticos personajes que viajan en el ballenero procedentes de los cuatro puntos cardinales, y a muchos otros detalles que nos narran la vida marinera de la época, siempre pensé que esta actividad, era coto de las lejanas tierras del norte de Europa o americanas de Terranova, Nantucket o la costa canadiense del Labrador.

No sabía cuan cercana nos era la industria ballenera hasta que visité hace pocos meses el Aquarium de San Sebastián. En efecto, siempre situando esta actividad en mares lejanos y perdidos, y resulta que fueron los vascos los que desarrollaron e inventaron la pesca (¿o habría mejor que decir caza?) con arpón, la forma más arriesgada de lucha entre el hombre y la ballena. La misma técnica con la que el capitán Ahab perseguía obsesivamente a Moby Dick, con los marineros aproximándose al animal remando en frágiles chalupas y lanzando los arpones atados a la misma.

Los grandes galeones que hacían estos trayectos transatlánticos no tenían una función en la pesca más allá de la de ser enormes almacenes flotantes con los que regresar a puerto una vez llena la bodega con la preciada mercancía. La Nao San Juan era uno de estos balleneros. Hundida en la costa de Canadá, en Red Bay en el año 1565, es el barco del siglo XVI más conocido a nivel internacional, y se está reconstruyendo casi quinientos años después de su naufragio con el patrocinio de la Unesco en los astilleros de Pasaia, Guipúzcoa, el que fuera el puerto ballenero más importante de Europa. Es un icono que simboliza el Patrimonio Cultural Subacuático de la UNESCO.

Pues sí, también supe que el Cantábrico se convirtió en el único proveedor de grasa de ballena de Europa, el petróleo de entonces, que se usaba como combustible, como lubricante y en la elaboración incluso de jabón ya que de las ballenas se aprovechaba todo, las barbas, los huesos, el esperma, la grasa.

La grasa era el principal combustible con el que se iluminaban las ciudades desde 1850 hasta entrado el siglo veinte pues ardía sin desprender humo ni dar olor. La carne apenas se consumía en España, pero se salaba y se vendía a los franceses. Los huesos servían como material de construcción, adorno y para la elaboración de muebles. Paraguas, tintes, cosméticos, cordones de zapatos provenían del vómito de la ballena, sí, habéis leído bien, hasta que extremos llegaba el aprovechamiento del cetáceo.

En su ciclo migratorio, la ballena franca se adentraba en las aguas del Cantábrico para parir, siendo una presencia habitual. Esta especie suele tener unas medidas de unos quince metros de largo y un peso de unas sesenta toneladas, y tenía un par de características que facilitaban su pesca, por un lado, una vez muerta, su cuerpo emergía a la superficie, con lo que era arrastrada a puerto o playa donde se despiezaba. La otra característica, tristemente lo que más la asemejaba a los humanos, la hacía muy vulnerable: una ballena franca jamás abandona a su cría, por lo que una forma de capturar a los ejemplares grandes era matando a las crías.

El esqueleto de una ballena franca cazada en 1878, la penúltima que se capturó en las costas vascas, se exhibe suspendido en el aire en el Aquarium de San Sebastián. Reconstruido en 1930, este “trofeo” fue el centro de un polémico litigio entre Zarautz y Getaria, por ver quién fue el primer pescador que la había arponeado para determinar los derechos de aprovechamiento de la ballena, pues los productos extraídos de la misma daban jugosas ganancias. Como el pleito se prorrogó, finalmente nadie se los pudo adjudicar, el animal se pudrió. Roque Echave, de la tripulación de Zarautz pasó a la historia como el primer marinero que arponeó al animal.

Este esqueleto de doce metros de largo, es uno de los tres esqueletos completos de ballena franca que se conservan en Europa y el único que se puede ver en España. En cualquier caso, más de quince millones de personas ya la han visitado, y este año se cumplieron los 140 años de su captura.

El 14 de mayo de 1901 se pescó la última ballena franca en Orio, aunque la especie ya se había extinguido comercialmente en torno al 1670. Las ballenas que llegan a puerto después de esas fechas provenían de otras partes del mundo.

Sin embargo, el interés y la fascinación del público por este gran animal estaban intactos, haciéndose de cada varamiento un acontecimiento. Cuando esto ocurría se rodeaba a la ballena con una lona sujeta a unos postes para ocultar al animal de los curiosos, de modo que el público tenía que pagar para poder contemplar el “espectáculo”.

Situado al pie del monte Urgull, en el muelle donostiarra, el Aquarium-Palacio del Mar es uno de los más antiguos y a la vez modernos de toda Europa, y no hay excusas para no visitarlo. Si le damos la oportunidad, este nos desvelará más de la apasionante historia marítima de la costa vasca.

Horario; Del 1 de octubre al inicio de Semana Santa: Lunes a viernes, de 10,00 a 19,00. Fin de semana, festivos y puentes, de 10,00 a 20,00 De la Semana de Pascua al 30 de junio y septiembre: lunes a viernes de 10,00 a 20,00. Fin de semana, festivos y puentes de 10,00 a 21,00. Del 1 de julio al 31 de agosto (todos los días) y días festivos y Semana Santa: De 10,00 a 21,00. El Aquarium sólo cierra 3 días al año: Año Nuevo (1 de Enero), el día de San Sebastián (20 de Enero) y el día de Navidad (25 de Diciembre)

Dirección: Plaza de Carlos Blasco Imaz, 1, 20003 Donostia, Gipuzkoa.