Si no fuese porque he tenido la oportunidad de verlas con mis propios ojos, quizás habría pensado que se trataba de una leyenda más que de un hecho que está bien documentado en los anales y crónicas de la ciudad de Estambul pues, ¿cómo creer que una ciudad codiciada por todos como esta, estuviese protegida durante siglos por mar por algo tan simple y rudimentario como unas enormes cadenas de hierro que se extendían de orilla a orilla cerrando así el paso del Cuerno de Oro de las naves enemigas?.

Aunque nos suene curioso, no fue este el único caso en el que encontramos una cadena guardando el acceso naval de una ciudad en el período medieval. La propia ciudad de Sevilla durante la época musulmana parece ser que también contaba con una cadena que la defendía de los ataques por el río. La cadena iba desde un extremo en la Torre del Oro y, en la orilla opuesta, a una fortaleza ubicada en lo que hoy sería el Castillo de San Jorge, en la orilla de Triana.

Pero, ¿cuáles eran los elementos defensivos de Constantinopla?

 

Las murallas terrestres

El principal fueron sus murallas terrestres. Constantinopla contó con unas murallas sin igual, erigidas en los tiempos del emperador Teodosio II, y que se extendían sin solución de continuidad desde las orillas del Mar de Mármara hasta las del Cuerno de Oro, si bien la sección original llegaba hasta el Palacio del Soberano (Tekfur Sarayı). Inexpugnables porque se trataba de foso y doble muralla. La idea de su construcción parece atribuírsele a una mujer, la esposa de Teodosio II, Atenais (Eudocia) y al prefecto Flavio Ciro. Su construcción comenzó en el año 439, terminándose ocho años después, a punto para repeler el ataque del invencible Atila. Hay que recordar que el Imperio Romano de Oriente desapareció  el 29 de mayo de 1453, casi mil años después de que las murallas terrestres fueran erigidas por lo que cumplieron su función más que bien.

 

La cadena marítima

La cadena marítima en cuestión estaba anclada a la torre de Eugenio, situada bajo la acrópolis de la vieja Bizancio, y en el otro extremo del Cuerno de oro a la Megálos Pyrgos (Gran Torre de Gálata). La cadena se extendía cada vez que el enemigo amenazaba Constantinopla a lo largo de unos 800 metros de ancho cortando el paso a cualquier nave que intentara atravesarlo. Los eslabones de la cadena se sostenían sobre pequeñas boyas de madera para que flotaran. Con el paso del tiempo esto fue sustituido por mecanismos de alzamiento que permitían mantenerlas a cierta altura y alzarlas para permitir el paso de las naves a voluntad. Esta sencilla idea fue muy útil y eficaz durante los diversos asedios, complicando el transporte de tropas enemigas por mar.

Hay que entender que para los bizantinos controlar el paso del Cuerno de Oro era vital. Por un lado si querían resistir a un prolongado asedio porque por ahí les llegaban los refuerzos y suministros necesarios para soportar indemnes un largo bloqueo. Por otro lado porque si perdían el control del mismo en época de guerra permitía que cualquier flota se apostara tranquilamente ante las murallas de la ciudad y la bombardeara a placer.

Por ello dichas cadenas resultaron durante siglos claves para la defensa de la ciudad, hasta que en 1453 sucumbieron a la astucia y determinación del ejército otomano liderado por Mehmet Fatith Sultan, alias el sultanito. Mehmet urdió un ambicioso plan para superarlas sacando y remolcando sus naves sobre troncos engrasados colina arriba y bordeando el terreno por el interior, técnicamente “con los barcos a cuestas” y volviendo a introducirlos de nuevo en el Cuerno de Oro una vez superadas las cadenas.  Se tiene constancia de otras dos veces en que fueron superadas y/o rotas.

Fue en el siglo X, esta estrategia ya fue aplicada con éxito por las fuerzas del Rus de Kiev, quien ante la imposibilidad de superar las cadenas, llevó sus barcos por tierra, rodeando Gálata y los volvió a meter en el Cuerno de Oro. Más adelante, en 1204, los venecianos consiguieron a romper la cadena con sus barcos y, finalmente, como ya se ha comentado, en el 1453 por los otomanos con Mehmet II al mando, que copiaron la táctica que el Rus de Kiev aplicó cinco siglos atrás.

Cuando la ciudad fue conquistada por los turcos en el año 1453, la cadena se guardó en la iglesia de Santa Irene. Los 407 eslabones de la cadena que todavía se conservan, que tienen un peso medio de 14 kilos, se exponen en cuatro museos: – Rumeli Fortress.  – Museo Naval.  – Museo Arqueológico de Estambul.  – Museo Militar. Son aproximadamente 190 metros de cadena de los 800 que debió medir cuando protegía la entrada al Cuerno de Oro.

Como curiosidad, sabed que también los turcos cuando decidieron tomar la ciudad de Estambul construyeron dos fortalezas en el Bósforo, la de Europa y la de Asia, casi frente por frente, una en cada orilla y que estas también estaban unidas por una cadena para impedir el acceso de venecianos y cristianos a la sitiada ciudad.

 

El «fuego griego»

Por último, otro elemento muy importante en la defensa de la ciudad aunque de un carácter totalmente distinto fue el llamado “fuego griego”.

Conseguir un arma así fue el objetivo para los alquimistas de los mayores imperios de la tierra, sin embargo en realidad ni se acercaron. La invención de esta arma se atribuye a un ingeniero militar llamado Callínico.  Su fórmula, aún en nuestros días, pasa por ser el secreto militar mejor guardado de la historia. Sí, el mortífero fuego valyrio de Juego de Tronos se inspira en un arma incendiaria real que salvó Constantinopla en incontables ocasiones de la conquista otomana. Consistía en una mezcla secreta de hidrocarburos de baja densidad cuya composición nunca ha podido ser descifrada, aunque químicos e historiadores han intentado reescribir la fórmula perdida. La mezcla era arrojada a presión desde los dromones (naves de guerra bizantina) o desde las mismas murallas por dispositivos hidráulicos que, accionados por una bomba de mano, regaban con fuego la cubierta y las velas de los barcos enemigos. Si alcanzaba a algún barco éste era pasto de las llamas porque  “el fuego griego” ardía incluso sobre el agua. Los intentos de apagar los barcos con agua no solo no servían de nada, sino que avivaban más el fuego. El único modo de combatir el “fuego griego” era por asfixia,  echando arena sobre lo que se estuviese quemando o cubriendo con esteras.

 

 


 

Ana Morales

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