La primera vez que oí hablar de ellas fue a raíz de un extenso reportaje publicado hace muchos años ya en el suplemento dominical de El País. En él y no exento de crítica se nos hablaba y describía con todo lujo de detalles e imágenes la elección de una nueva kumari o niña diosa en Nepal. Años más tarde tuve la oportunidad de profundizar un poco más en este tema al visitar el país. En plena plaza Durbar de Katmandú, plagada de bellos edificios históricos y templos, el Palacio de la kumari o Kumari Bahal llama la atención. Es un edificio de ladrillo rojo del S.XVIII típico de la deliciosa arquitectura newarí con una riquísima decoración especialmente en sus puertas, vigas  y ventanas y un patio interior al que se puede acceder. Visitándolo empecé a recordar…

Estas pequeñas diosas vivientes, o al menos adoradas como tal (una por cada ciudad estado del Valle de Katmandú) son reverenciadas tanto por los hinduistas como por budistas de Nepal aunque no es el único país donde esto sucede. Su culto, que se remonta a más de 700 años atrás sigue hoy vigente. Los reinos de Bhaktapur, Lalitpur(Pagan) y Katmandú ya les rendían culto a una kumari antes de la conquista del valle en el s.XVII por los antecesores del destronado rey Gyanendra, que se postraba ante la kumari de Katmandú, la más importante de las tres. <p «text-align: justify;»>Lo cierto es que no se conoce mucho de los rituales ni procesos ancestrales que determinan el que una niña sea elegida como diosa viviente y por tanto la reencarnación o avatar de la diosa de la mitología hindú Durga (Taleju para los nepalíes).

Dado que las kumaris ostentan este título de divinidad hasta que comienzan a menstruar y por tanto “dejan de ser puras” es un proceso que se repite casi cíclicamente. Las niñas reconocidas como kumaris suelen ser de muy corta edad y deben cumplir unos ciertos requisitos mínimos: niñas de unos tres o cuatro años, de la etnia newar y de la familia Shakya (a la que pertenecía Buda). El proceso es comparado por muchos con el que se sigue cuando se busca a un nuevo Dalai Lama, con sus propias particularidades. La kumari es seleccionada por un comité de cinco sacerdotes y sabios que analizarán si las candidatas presentan “las 32 perfecciones”, tan difíciles de apreciar como de interpretar por el común de los mortales pues son muy poéticas pero nada concretas: “poseer una voz clara y suave como un pato”, “tener las pestañas de una vaca” o los “muslos de un ciervo”. Otros requisitos más concretos son tener el pelo y los ojos muy negros, la dentadura perfecta y no haber padecido enfermedades.

Las niñas que en un primer estadio “cumplen” con estos requisitos pasan después a una serie de pruebas para demostrar su valentía. Las más tenebrosas ocurren durante la noche en el festival de Dashain en el cual se sacrifican 108 búfalos y cabras en honor de la sanguinaria diosa Kali. La candidata es llevada a un patio alumbrado por velas donde se exhiben las cabezas cortadas de estos animales y donde hombres enmascarados bailan y gritan a su alrededor. La futura diosa no debe mostrarse atemorizada ante esta prueba ni tampoco en la siguiente, que consiste en pasar la noche en una habitación cerrada y oscura con las cabezas de estos animales. La candidata elegida, una criatura como hemos mencionado antes, deberá presentar la misma «audacia y serenidad» que la diosa para la cual será un sagrado recipiente temporal. Hay muchas otras pruebas pero la final y decisiva consiste en reconocer las pertenencias personales de la anterior kumari de entre una gran variedad de cosas. Este proceso de elección de larga tradición, no obstante ha sufrido algunos cambios desde que en 2008 Nepal pasase a ser un país seglar tras 240 años de monarquía absolutista hinduista. Los maoístas y su partido comunista han tomado cartas en el asunto, no atreviéndose a prohibir este tipo de tradiciones tan profundamente arraigadas en el país pero participando activamente en la elección.

Para muchas familias, especialmente las más humildes, el que una hija sea reconocida como la nueva kumari es un motivo de orgullo, privilegio y distinción social, y no hay duda de que su situación económica también mejorará, pero para la niña no supone más que inconvenientes por expresarme de un modo comedido. Como diosa, no estará autorizada a abandonar su palacio, acto considerado sacrílego, ni a vivir con su familia, ni a relacionarse con niños de su edad. Estará confinada en su jaula de oro hasta que deje de ser kumari con la llegada de la pubertad o si algún accidente le produjese un profundo derrame de sangre que profanase su pureza. Pierden su niñez y cualquier contacto con la realidad tras las ventanas del palacio. Asociaciones de derechos humanos denunciaron esta práctica y el Tribunal Supremo de Nepal ordenó una investigación al respecto por si se vulnerasen los derechos del niño, como la educación, la alimentación y el derecho a la niñez, aunque poco o nada ha cambiado. Al parecer ahora tienen la posibilidad de tener un tutor y pueden elegir su alimentación, tanto si es «pura» o no.

Los pies de la kumari no pueden tocar el suelo y esta sólo verá la calle en momentos muy concretos como la festividad de Indra, en Septiembre. Ese día, miles de personas en procesión le rinden tributo en unos festejos que duran varios días. Todos querrán tocarle los pies pues es un símbolo de buena suerte y hasta el mismo monarca hoy destronado lo hacía. Además a ella se le atribuye un poder curativo y espiritual sobre muchas enfermedades del cuerpo y la mente y poder protector frente a los demonios.

El resto del año, se la puede ver cuando ocasionalmente se asoma a su ventana de madera tallada en la plaza Durbar de Katmandú, Patán o Bhaktapur. Y los occidentales, no acostumbrados a estar en presencia de dioses no veremos a una diosa, sino a una niña pintarrajeada y con cara de aburrimiento que hace un pase para contentar a los turistas, pues tristemente ella en sí es una atracción turística para todo aquel que quiera contemplar con sus propios ojos a la diosa infantil. Pero si su  niñez es robada en aras de la tradición y las creencias religiosas, su futuro no es mejor. Las kumaris reciben una pensión de por vida que les permite vivir sin penurias pero habiendo sido consideradas diosas, nadie se atreverá a mancillar su pureza. Pasar de ser la kumari a un adulto despojado de reconocimiento cuando se ha sido idolatrado es un paso que muchas no superan y que condicionará su vida social y personal ya que probablemente nunca puedan fundar un familia porque la superstición dice que trae mala suerte casarse con una de ellas.

Comenzará repentinamente un camino duro, repleto de estigmas sociales y con muchas dificultades de adaptación para el que ninguna estará preparada y que algunos expertos han constatado en varios casos con severas perturbaciones tanto de la personalidad como del comportamiento.

Os invito a ver un vídeo al respecto.