Irene Sarantapechaina era su nombre de soltera. De sangre noble, aunque venida a menos, su dinastía ejercía una considerable influencia en la zona central de Grecia. Sin embargo, el ser huérfana desde niña limitaba mucho sus posibilidades económicas y de ascenso social. En el año 769 contrajo matrimonio con León IV el Jázaro, llegando a la corte gracias a un concurso de belleza promovido por su suegro, que buscaba candidatas a esposa para su hijo mayor.

Irene con su belleza, ambición, inteligencia, mano férrea y crueldad supo gobernar un imperio de hombres, convirtiéndose en una de las emperatrices más polémicas y poderosas del Imperio Bizantino.  

Su llegada a la corte y el corto reinado de León IV

Irene se casó a la edad de 14 años con León IV, (sucesor del viejo emperador Constantino) habiendo sido elegida como cónyuge real por su belleza entre decenas de candidatas de la aristocracia convocadas en la corte. Una curiosa práctica de origen bizantino bastante común a la que llamaban “espectáculo de novias”. Inmediatamente después de la boda, los recién casados fueron coronados como basileus y basilissa y declarados co-emperadores con Constantino, un procedimiento habitual para asegurar la sucesión. Con la coronación aún en vida del anterior emperador se intentaba evitar que los césares conspiraran para quitarle el puesto al heredero.

En el 771 nació el único vástago de la pareja, que también se llamó Constantino.

El viejo Constantino falleció en el año 776, en ese momento, su hijo León IV junto con la emperatriz asumen el poder, coronando al pequeño Constantino como co-emperador con la intención de frenar las ambiciones al trono de sus hermanastros y salvaguardar sus derechos al mismo. León IV tenía cinco hermanastros menores, hijos de la última esposa de Constantino a los que se denominaba “césares”.

El gobierno de León IV como emperador de Constantinopla fue muy breve, pero suficiente para mostrar la gran influencia que Irene ejercía sobre él. León IV falleció en el año 780, a los treinta años, habiendo reinado tan sólo durante 5 años.

Se especula con que este hecho prematuro fue a consecuencia de una excentricidad, hecho que, si no fuera porque es trágico, resultaría hasta cómico. Se dice que el monarca era un enamorado de las joyas y que sacó de Santa Sofía una pesada corona votiva llena de joyas y adornos. La llevaba todo el día puesta. A consecuencia del roce y el peso le salieron en la frente unos extraños bultos que derivaron en unas fiebres y en una muerte agónica. Algunas hipótesis apuntan hacia la joven emperatriz, y a que la corona pudo haber estado impregnada de algún veneno, que sería lo que lo mató.

Irene tenía tan sólo 24 años, y su hijo apenas 9. Tras la repentina muerte, Irene asumió la regencia de su hijo Constantino IV. Y desde ese momento, los césares vieron vía libre para intentar su ascenso al trono, conspirando para quitarle el puesto al heredero. Sin embargo, Irene descubrió la conjura y les obligó a los cinco a convertirse en monjes.

Al cumplir la mayoría de edad, Constantino VI comenzó a sospechar que su madre no tenía planes de abandonar la regencia. El palacio se convirtió en un campo de batalla y de conspiraciones entre madre e hijo. Finalmente, Constantino VI encerró a Irene en el palacio de Eleuterio para comenzar a reinar por derecho propio. Constantino VI gobernó, con escasa suerte militar y política, durante dos años. En 792 hizo algo que nadie se esperaba: permitió que su madre regresara a la corte y la nombró co-emperatriz. Momento en que los césares comenzaron de nuevo a conspirar para neutralizarla y apartarla del trono. La respuesta de la emperatriz fue contundente: Nicéforo, el mayor, fue cegado, y a los otros cuatro les cortaron la lengua.

Constantino intentó huir de Constantinopla para reunirse con las tropas fieles en Anatolia. Es entonces cuando ocurre el episodio más cruel y más sonado de la historia de Irene. Constantino fue mandado detener por la emperatriz y sentenciado a recibir un castigo ejemplarizante. Constantino fue trasladado a la Cámara Pórfida del Palacio, donde daban a luz las emperatrices y justo donde él vino al mundo y allí por orden de su madres se le sacaron los ojos. Una infección ocular acabó con él en los días siguientes.

Tras la muerte de su hijo Irene asumiría el poder absoluto, convirtiéndose en la primera emperatriz del Imperio Bizantino, no como consorte ni como regente sino como emperatriz. Irene no vivió un solo día de tranquilidad en la corte donde cada vez tenía más enemigos y donde hasta sus más cercanos aliados conspiraban por hacerse con el poder a sus espaldas. Ya era basileus y gobernaba en soledad, pero las cosas no marchaban bien en el imperio y tampoco había sucesores al trono por lo que fue solo cuestión de tiempo que hubiese un golpe de estado y que Irene fuera desterrada.

Un golpe de estado organizado por patricios y eunucos en el año 802 tuvo éxito e Irene fue derrocada y sustituida por su ministro de finanzas, que subió al trono como Nicéforo II.

Irene fue confinada en la isla de Lesbos y falleció en el año 803 con apenas cincuenta años. La emperatriz Irene, que tan ferozmente luchó por escapar de su destino de mujer, hoy es recordada sobre todo como la cruel y desnaturalizada madre que cegó a su propio hijo.

 

Los mosaicos y la iconoclastia

Su imagen nos contempla desde uno de los magníficos mosaicos dorados de Santa Sofía.

En la galería superior, junto al mosaico de Zoé, se encuentra el conocido como mosaico de Komneno. Data de 1122, la Virgen ocupa el centro de la escena con manto azul y el niño en su regazo. A su lado Juan II Komneno porta el apokombion con donaciones imperiales. A la izquierda de la Virgen la emperatriz Irene porta otro documento, y brilla con luz propia con su lujosa vestimenta, sus cabellos trenzados y las mejillas sonrojadas.

Hoy nos maravillamos al contemplar tanta belleza. Y es que, a pesar de los avatares sufridos por el edificio en sus quince siglos de vida, los bellos mosaicos han llegado hasta nuestros días. La conquista otomana no fue la mayor de sus amenazas, de hecho, el que sus paredes se cubrieran con escayolas ayudó a su conservación. Creo interesante recordar que la prohibición del culto a las imágenes no es exclusiva del islam. La iglesia cristiana oriental también consideraba el culto a las imágenes como una forma de idolatría. Al menos durante un periodo de su historia.

El culto a las imágenes estaba prohibido en Bizancio desde el reinado de León III el Isaurio en el año 726. Irene siempre fue partidaria de los iconófilos (los que apoyan el culto a las imágenes) pero en su posición tuvo que apoyar a los iconoclastas (aquellos que prohíben el culto a las imágenes) y ocultar sus creencias religiosas. La cuestión era más significativa de lo que podemos pensar ya que la fe estaba estrechamente vinculada al poder imperial.

En deferencia a su mujer, el reinado de León fue más laxo en la persecución hacia los iconófilos, incluso nombró patriarca de la Iglesia a uno de ellos, Pablo de Chipre.

Tras un primer intento fallido, Irene convocó en el año 787 el Segundo Concilio de Nicea, que legalizó nuevamente la veneración de símbolos religiosos, hecho que reconcilió temporalmente la Iglesia bizantina con la romana, divididas a raíz de esta cuestión. Eso sí, especificando que los iconos sólo podían ser objetos de veneración y no de adoración. Su política religiosa fue uno de los motivos principales que alentaron las conspiraciones contra ella.

La iglesia ortodoxa celebra su fiesta, la de Santa Irene el 18 de agosto, por detener, al menos por un tiempo, la iconoclasia.