Todos aquellos que gusten huir del mundanal ruido, de las multitudes, y, en general del turismo de masas encontrarán en esta parte del Algarve que dista tan poco del sur de la provincia de Huelva, su destino ideal. Pueblos de pescadores en la que los habitantes se dedican en su mayoría, a la pesca o a la producción de bivalvos en la ría Formosa, y donde el ritmo de la vida parecen marcarlo las mareas más que el reloj de la plaza del ayuntamiento.

Accesible mediante el servicio regular de ferrys desde Faro (sólo en verano) o desde Olhão (todo el año), la isla del Farol, Armona o la de Culatra  son parte de la barrera arenosa que se interpone entre el Océano Atlántico y la Ría Formosa, formando parte de su Parque Natural.

El Parque Natural de la Ría Formosa es una de las siete maravillas naturales de Portugal, con sus 18.000 hectáreas está protegido del mar por cinco islas barrera (Isla Barreta o Isla Desierta, Isla de Culatra, Isla de Armona, Isla de Tavira e Isla de Cabanas) y dos penínsulas (la península de Ancão, más conocida como Isla de Faro) y la Península de Cacela.

Lo primero que pensareis cuando las visitéis es que en realidad no son dos islas, pues se puede caminar tanto por la ría como por la costa desde Farol, que es la más distante, hasta Culatra, y estaréis en lo cierto. Farol no es en sí una isla, es el extremo más oriental de la isla de Culatra, que en su día conformaba junto a la isla de Barreta una gran isla, la del Cabo de Santa María. En el S.XIX para facilitar la circulación de los barcos a los puertos de Faro y Olhão, este islote se partió en dos abriendo un canal de entrada y salida de barcos. Incluso levantaron un faro que es sin duda emblema de este lugar.

Pues como os decía, el acceso a estas islas es a través de Ferry, si lo cogéis desde Olhão, el coste es de 2.15€ por trayecto hasta Farol y de 1.85€ por trayecto hasta Culatra. Os aconsejo informaros muy bien de los horarios del mismo porque cambian con las distintas épocas del año y os podéis llevar una sorpresa. En cualquier caso siempre podréis llamar un bote-taxi que por una tarifa de entre 25-30 € os recogerá y llevará a tierra. El trayecto hasta Farol son unos 35 minutos, desde la segunda planta del barco podréis ver a los mariscadores trabajando a pleno sol sus parcelas aprovechando la bajamar, unos ‘huertos’ de la Ría Formosa en los que se cultivan almejas, navajas, berberechos y deliciosas ostras. Hasta Culatra unos quince minutos más.

El ferry va lleno de lugareños que regresan a las islas tras hacer la compra en Olhão, (rutina imprescindible porque en las islas no hay supermercados), con sus carritos abarrotados que apenas avanzan por los caminos de arena que entran textualmente en las pintorescas casitas, familias portuguesas de la zona que vienen a pasar el día, y de foráneos en busca del paraíso, con sus neveras y enseres de playa.

 

Ilha do Farol

Tenéis que saber que  las playas quedan en el lado opuesto a donde os deja el ferry, hay que atravesar hacia el interior por un camino de arena de unos 200 metros rodeado de alegres casitas hasta el faro. Allí hay una playa con un chiringuito, aseos, hamacas y una pasarela de madera, y a unos cien metros hay otro más. A partir de aquí no hay nada más que extensas playas de dunas y arenas doradas casi desiertas, bañadas por un mar turquesa, tranquilo y cristalino que llega hasta Culatra. Hasta Culatra hay unos 3/4 kilómetros caminando por la orilla, acompañados tan solo por la brisa y el ronroneo del mar.

A pesar de que recibe remesas de visitantes en cada llegada del ferry, Farol es un islote con un encanto particular, diría que conserva su carácter marinero pues no está llena de casas de revista ni está pensada para ajustarse a las expectativas de la gente.

No existe la especulación urbanística por lo que no hay necesidad de convencer al visitante de nada, y el que tiene el privilegio de tener un techo aquí no se deshace de él. Es cierto que las playas de la isla se han ido adaptando al turismo con cómodas infraestructuras, pero el interior de la isla conserva su esencia.

Culatra y Farol no se parecen a otras localidades costeras que podamos conocer. Debido a la prohibición de construir en este parque natural, las casas que hay diseminadas por el arenal son en su gran mayoría antiguas y la mínima expresión, austeras y simples, lo que aquí en España sería un “cuarto de aperos”, es decir unos 25 metros cuadrados de construcción. La arena entra despreocupadamente en las casas, con pleno derecho además pues estas están construidas sobre ella. No hay signo alguno de asfalto ni de vehículos a motor, la gente echa la siesta en hamacas suspendidas en los porches, se cocina a la brasa en el exterior y los niños pasan el día asilvestrados, entrando y saliendo descalzos y mojados de ellas y bañándose en la playa. No hay nada superfluo ni accesorio, el lujo está en poder vivir aunque sólo sea temporalmente en este entorno, ajeno a todo, mecido por el mar y  arropado por las estrellas. El paraíso está más cerca de lo que pensabas.

Hay un restaurante mítico, “Á do João”, donde comer pescado y marisco fresquísimo directamente de la ría y  también el “Mar de Santa María”, el restaurante de la asociación de la isla de Farol, y un puestecito de helados, otro ambulante de suvenires y una cafetería en el mismo muelle del ferry.

 

Ilha da Culatra

Culatra, me atrevo a decir que es menos turística que Farol. En Culatra al igual que en Farol no hay hoteles ni coches, ni semáforos, ni calzadas, ni señales de tráfico pero sí hay una iglesia encalada, un centro de salud y una escuela. Puede decirse  que las únicas ruedas que circulan por sus calles de arena son las de los carritos de la compra que los vecinos usan para transportar de todo y las de algún ciclista ocasional. El muelle es la zona que presenta una mayor actividad, las pequeñas barquitas varadas tanto en dique seco como en el agua reciben las atenciones de sus dueños, rostros prematuramente envejecidos por el viento, el sol y el mar, que remiendan las nasas y las limpian de algas revelándonos la dureza y a la vez la belleza y la exigencia del trabajo en el mar. Y por supuesto algún bar, puntos de reunión y celebración de propios y extraños donde calman la sed de los que esperan el ferry tras un día disfrutando de los encantos de su costa.

Arquitectónicamente las casitas son algo más irregulares aquí, mezclándose casas encaladas de una sola planta con algunas de hormigón más opulentas. Desde el ferry hasta la playa de Culatra hay un paseo muy disfrutable a través de una pasarela de madera elevada que atraviesa un gran mar de dunas y humedales y que te lleva a la costa casi virgen del Océano Atlántico.

En la playa, junto a la pasarela, hay una pequeña zona de hamacas y un chiringuito pero la playa de Culatra tiene más de 6 kilómetros (desde el faro de Santa María (en el extremo sureste) hasta casi tocar la vecina isla de Armona por lo que seguro podréis encontrar vuestro rincón  ideal, privado y de total relax sin problema, eso sí mi consejo es que llevéis con vosotros lo que podáis necesitar porque luego no es fácil abasteceros.

Sin duda un Algarve para recordar.

 


 

Ana Morales

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