Aunque esclavos, eran la élite militar del Imperio Otomano, con el poder de conquistar territorios y deponer sultanes. Su exceso de privilegios y su declive precipitaron su final, sin embargo, hasta su fallida rebelión en 1826 ninguna potencia europea tuvo un cuerpo de infantería comparable con el de los jenízaros. De hecho, a los jenízaros a menudo se les considera el primer cuerpo de ejército profesional moderno en Europa.

 

¿Quiénes eran?

Pues muchos de ustedes habrán escuchado que los reclutados para el cuerpo de jenízaros eran principalmente esclavos provenientes de los estados balcánicos conquistados. Y no están nada mal informados. El sultán Murad I Inició un sistema de impuestos de sangre conocido como devşirme para estos territorios cristianos conquistados por el Imperio Otomano.

Cada 5 años, los funcionarios turcos viajaban a los Balcanes y se cobraban este impuesto en “carne”, llevándose a un niño de entre 6 y 10 años de cada 40 casas. También se nutrían de los traficantes de esclavos y de los raptados durante las incursiones.

Estos niños esclavos eran trasladados a Anatolia central y entregados a familias turcas donde eran criados en el Islam y las costumbres y tradiciones turcas. Después de 7 años eran llevados a la capital para ser seleccionados en función de su fuerza física, inteligencia y apariencia para ser asignados a las diferentes ramas de las fuerzas armadas: artillería, marina o infantería. En general, iban destinados a las tropas de infantería. Algunos de los más inteligentes fueron seleccionados para ocupar puestos administrativos.

Aquí comenzaban su entrenamiento militar durante 6 años, eran instruidos y entrenados para usar una variedad de armas, incluidos arcos, mosquetes, jabalinas y espadas. Sólo tras este periodo se convertían en yeniçeri (nuevos soldados). Se consideraba que un jenízaro estaba listo a sus 25 años de edad.

La reacción al devşirme fue variando según el período de tiempo y el origen de los niños.

Algunos padres escondían a sus hijos o trataban de huir, en lo que generalmente eran intentos inútiles de escapar de los eficientes reclutadores otomanos. Otros ofrecían a sus hijos como voluntarios, con la esperanza de darles la oportunidad de una vida mejor que la vida agrícola rural.

Casi todos los niños procedían de aldeas rurales de los Balcanes, ya que estaban en mejor forma física y se consideraban más ingenuos que sus homólogos urbanos «sabios de la calle». En su mayoría eran familias cristianas y de musulmanes conversos. Apenas había griegos balcánicos, que en su mayoría eran gente urbana, y ninguno era judío, ya que estaban exentos. Con el paso del tiempo, incluso las familias turcas pobres comenzaron a sobornar a los funcionarios para que aceptaran a sus hijos como reclutas y así permitirles una vida decente.

 

La asimilación cultural

En una época en la que la esclavitud y las atrocidades de la guerra eran una realidad nada ajena, el impacto inicial de este “impuesto” en esclavos dio paso a una aceptación tácita.

Dada la compleja naturaleza humana, la corta edad de los niños y el espíritu de supervivencia, sin duda muchos de los jóvenes se unieron a sus nuevas familias turcas. La corta edad de los reclutas permitía un entrenamiento más completo en las artes de la guerra y el adoctrinamiento en el Islam con la finalidad de que fueran completamente obedientes a sus superiores y a su amo supremo, el Sultán. Se les inculcaba la pertenencia al grupo, al que  consideraban como su familia, y al sultán como su padre verdadero, ya que a él le pertenecían.

A cambio, los jenízaros eran reconocidos, honrados y ampliamente recompensados ​​por sus éxitos en la batalla. A pesar de haber sido esclavizados cuando eran niños y haber sido criados para ser leales al sultán, los jenízaros eran muy diferentes de los esclavos, porque tenían privilegios y recibían salarios regulares. Sin embargo, tenían que seguir estrictas reglas y códigos de conducta. Por ejemplo, no podían casarse antes de los 40 años y tampoco podían participar en actividades comerciales. También vivían al margen de la sociedad en general a través de leyes y reglas especiales que regulaban su vida diaria y que formaron parte de la vida de los jenízaros hasta el siglo XVI.

Aunque podían poseer propiedades, estas no eran su propiedad privada. Como tal, los jenízaros no podían venderlas ni transmitirlas a sus hijos. También tenían que mantenerse célibes. A partir del siglo XVI estas  restricciones se fueron eliminaron lentamente. En 1638, se levantó la prohibición de matrimonio para los jenízaros turcos.

En general, se los considera la mejor infantería en su época de apogeo, que duró hasta principios del período moderno. Los jenízaros eran excelentes tiradores que podían apuntar con precisión y también mantener una velocidad de disparo rápida, incluso en las peores condiciones. Eran famosos por su disciplina y movimientos silenciosos. A través de la disciplina, el fanatismo y un armamento avanzado, desempeñaron un papel clave en la expansión del imperio otomano.

Ninguna potencia europea tenía un cuerpo de infantería comparable al cuerpo de élite de los jenízaros.

 

Su papel decisivo

El cuerpo fue creado por Orhan I en el año 1330 y fue abolido en 1826 por el sultán Mahmud II.

Su misión más destacada era la de custodiar y salvaguardar la vida del sultán otomano y las dependencias del palacio Imperial, primero en Edirne y después en la nueva capital ubicada en la ciudad de Constantinopla/Estambul. Eran algo similar a la “guardia pretoriana” de los romanos. Sin embargo, los jenízaros jugaron un papel decisivo en la captura de Constantinopla en 1453.

En 1486 derrotaron a los mamelucos egipcios y en 1516 y a los safawíes iraníes. Su victoria más épica fue la apabullante derrota que infligieron a la caballería húngara en la batalla de Mohacs en 1526.

Su número fue creciendo de aproximadamente los 20 000 hombres en el siglo XVI a más de 135 000 en el siglo XIX, hasta convertirse en una amenaza para el estado. Ocuparon puestos importantes en el gobierno otomano, algunos de ellos llegando al puesto de visir y respondiendo solo ante el propio sultán.

 

El declive de los jenízaros

Serían los Jenízaros quienes obtuvieran las vastas conquistas que lograrían los Otomanos hasta el siglo XVII (época de su mayor esplendor). Serían sus grandes habilidades las que permitirían la conquista de Bizancio también, pero todas las épocas llegan a su final y los jenízaros no fueron la excepción. Tras una derrota contra Polonia en 1622, Osman II decidió frenar los excesos y privilegios de los jenízaros. Enojado por sentirse un “prisionero de sus propios esclavos» trató de disolver el cuerpo. Sin embargo, los jenízaros se rebelaron y asesinaron al sultán adolescente en la fortaleza de Yedikule.

Por sus victorias y su influencia en la política del Imperio comenzaron a conseguir más y más beneficios para sí mismos, siendo el momento álgido en 1648, cuando consiguieron que se dejasen de reclutar tropas y que el puesto de Jenízaro fuese hereditario. Así, pasaron de ser un cuerpo de élite de infantería a una aristocracia noble semejante a los caballeros europeos. Para ello abolieron el sistema de devşirme de modo que los jenízaros retirados pudieran pasar sus empleos y sus privilegios a sus hijos. Esto redundó en la decadencia del cuerpo militar, que, ya no era el imbatible ejército de antaño.

En 1789 Selim III, preocupado por el curso de los acontecimientos, decidió crear un ejército profesional, pero antes de que este pudiese entrar en acción, los jenízaros dirigieron una revuelta en la que mataron a 17 de los nuevos oficiales. Como resultado, el Selim III fue depuesto y más tarde asesinado.

Selim III había intentado infructuosamente modernizar el ejército. Un monstruo sobredimensionado y muy costoso para las arcas del estado, que, por el propio devenir del imperio, ya no se necesitaba. Si bien los jenízaros seguían siendo tremendamente poderosos dentro del Imperio, donde no había tropa alguna que pudiera superarlos, los ejércitos europeos modernos poco a poco fueron tomándoles la delantera.

Lo sustituyó Mustafá IV, su primo, que de inmediato abolió las pretendidas reformas de modernización del ejército y les dio a los jenízaros lo que pedían.

Su sucesor, el sultán Mahmud II, llegó a un compromiso con los jenízaros para permanecer en el poder. Pero consciente de la amenaza que estos suponían, el sultán planeó diligentemente su destrucción. En 1826, el sultán ordenó la disolución de los legendarios jenízaros. Como era de esperar, estos se rebelaron, por lo que el sultán hizo uso de la fuerza. Se había asegurado el apoyo de todos (incluyendo los líderes religiosos, los estudiantes y el resto del ejército) y había dado armas a los civiles. En menos de dos días los jenízaros habían sido rodeados y solo en Constantinopla habían muerto más de 10.000 de ellos. La población enardecida daba cuenta de cualquiera que intentase escapar.

Los jenízaros pasaron a la historia y pronto lo haría el imperio mismo. Pero para el Imperio Otomano, tan al margen de los tiempos modernos y del progreso, ya era demasiado tarde. A mediados del siglo XIX, el imperio era popularmente apodado el “enfermo de Europa”: lentamente agonizando y esperando su final.

 

Curiosidad

Cuando el sultán Mahmut II ordenó la disolución del cuerpo de jenízaros, muchos de ellos fueron ejecutados y sus cuerpos apilados bajo el conocido como “el árbol sangriento” que se encontraba exactamente en el espacio que hoy ocupa la fuente del Káiser Guillermo en el antiguo hipódromo de la ciudad.  Así el sultán se vengó de ellos, que hicieron lo mismo con su predecesor Ibrahim el Loco 180 años antes. Así que ya saben, cuando beban agua de la fuente, no olviden el pasado más truculento de este pedazo de la ciudad.