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La segunda etapa de nuestro recorrido a la búsqueda de los últimos artesanos tejedores nos llevó a Tánger. Muy recientemente una amiga francesa afincada allí me había hablado con cierta fascinación del Fonduk Chejra, una cooperativa de tejedores tradicionales a pocos metros de la Rue de la Liberté, el lugar donde me aseguró, encontraría la continuación de la historia que iniciamos a más de 4.000 kms, en Estambul.

Así que hacia allí nos dirigimos, dispuestos a conocer y entrevistar a todos aquellos que pudiesen hablarnos de su oficio para profundizar en la herencia recibida de sus antepasados.

 

Tánger

Por Ana Morales © Copyright 2015 – Todos los derechos reservados

Encontrar el fonduk no fue complicado ya que se trata de un gran edificio que preside una amplia zona de mercado callejero llena de actividad conocida como el “mercado bereber”. En ella conviven animales en jaulas, fruterías, cacharrerías, pollerías, droguerías y hasta polvorientos artículos de segunda mano. Las campesinas jebalas, con su indumentaria tradicional y grandes sombreros de paja, esparcen sus escasas mercancías en lonas sobre el asfalto ardiente mientras ellas se resguardan del intenso sol en los propios soportales del fonduk llenos de tiendas, a la espera de clientes.

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Los telares del fonduk han de ser manejados por dos personas pues carecen de la `lanzadera volante´. Foto © Francesc Morera

El fonduk se construyó a la par que el celebérrimo teatro Cervantes en la época del protectorado español en Tánger, como albergue de comerciantes y tratantes que llegaban en camellos o mulas a la ciudad.

Subiendo por unas gastadas escaleras accedimos al primer piso del edifico organizado en torno a un gran patio interior rectangular que hoy en día está totalmente ciego, clausurado con techados de ladrillo y uralita bajo los cuales hay decenas de talleres donde se fabrica un poco de todo. Numerosas puertas de madera pintadas de un llamativo azul son la entrada de los pequeños talleres y puntos de venta de lo que allí se fabrica. Como en Estambul, antaño estas eran las estancias en las que pernoctaban los comerciantes a su paso por la ciudad. Sin embargo, muchas de estas puertas, de hecho la mayoría, estaban cerradas a cal y canto, lo que ya nos dio la primera pista del declive del oficio y del lugar, como más adelante nos confirmarían los pocos artesanos del tejido que aún trabajan allí.

En Marruecos el textil no industrial abastece principalmente a su mercado interno. Los tejidos y la confección de sus vestimentas y túnicas tradicionales permiten que el sector no esté aún muerto. También tienen una cierta demanda por el turismo que busca las artesanías propias del país. Pero sin embargo, este tiene cada vez menos salida con la modernización e influjo del exterior, el éxodo de la población a las grandes ciudades y los bajos precios de la moda de producción industrial.

Si bien en muchas regiones bereberes son las mujeres las tejedoras, en los zocos tradicionales como este se trata de un oficio reservado a los hombres. En el fonduk Chejra, como nos relató y mostró Ahmet, se producen sobre todo tejidos que forman parte de la vestimenta tradicional rifeña, mandiles de rayas, pañuelos, túnicas, chales y ropa variada para el hogar. Y, por supuesto alfombras de motivos geométricos y preciosos colores.

Cada artesano reproduce diseños que pertenecen a su familia desde hace generaciones y que también tienen colores específicos. El trabajo, desde el hilado de la materia prima en rudimentarias ruecas de madera, pasando por el teñido con elementos naturales y, por último, el tejido en el telar es 100% manual.

Los telares han de ser trabajados por dos personas a la vez, pues estos ni siquiera disponen de una pieza que supuso la gran revolución en la producción artesanal de tejido: la lanzadera volante, que permitía que el telar se pudiese manejar por una persona en lugar de por dos, simplificando el esfuerzo. Los pesados telares de madera son activados con los pies y los carretes lanzados de un lado a otro con la mano. Uno de los hombres lanza la bobina con el hilo y el otro la recoge al otro extremo, activa el pedal y la vuelve a lanzar con mucha coordinación, cambiando el color de los hilos o realizando algún dibujo. Cada cinco o seis pasadas, con un peine de púas se aprieta el tejido para hacerlo compacto. Y así diez, doce horas cada día, día tras día, vida tras vida. Todos los talleres del fonduk tienen al menos un telar de este tipo, en algunos incluso el escaso espacio está dividido en una especie de entreplanta sin ventanas justo por encima al que acceden por unos travesaños de madera donde puede haber un segundo telar.

Tanger_2015_173Interior del Fonduq Chejra. Foto © Francesc Morera

En la tienda número 54 del fonduk conocimos a Mohamed, de 54 años, un hombre tímido y tranquilo prematuramente avejentado que al saber que estábamos interesados en el fonduk nos contó cosas sobre el lugar y sobre la historia de su familia. Con un español suficiente y voz pausada nos dedicó su tiempo, enseñándonos con orgullo bellos diseños exclusivos de su familia. Apiladas en el suelo y colgados de cuerdas y perchas se exponían hermosos textiles de lana, algodón, yute, cáñamo o la sabra, un hilo sintético similar a la seda brillante que es muy popular. Mohamed tiene dos telares y es de los artesanos que más tiempo llevan aquí. Comenzó en el oficio cuando contaba con sólo 15 años. Lo aprendió de su padre, que estuvo en activo sesenta años, (y cuya foto pudimos ver allí colgada), y este, a su vez, de su padre. En total una estirpe de tejedores que suma más de un siglo. El negocio, inshallah lo continuarán dos de sus cuatro hijos pero puede que estos sean los últimos de su saga. El fonduk es el reducto de una profesión que como Mohamed se lamenta, pronto desaparecerá pues cada año hay más tejedores que se ven obligados a cerrar sus talleres. Los más jóvenes no quieren oír hablar de artesanías, sueñan con ser estrellas del fútbol o funcionarios, a menudo con cruzar a Europa. Pocos quieren ya seguir tejiendo porque como Mohamed les reconoce, este es un trabajo muy esclavo que no está pagado y que apenas da lo justo para vivir. Las larguísimas jornadas aporreando el telar no le han permitido en todos estos años ahorrar ni un solo dírham para su jubilación, sólo vivir al día y atender a las necesidades de los suyos. Cambiando el dinero de manos. Sin conocer nada fuera del antiguo caravasar que agoniza lentamente.

Curiosamente, a pesar de no haber salido nunca de aquí, Mohamed fabrica algunos diseños muy concretos para Canadá, Francia o España. La demanda de productos orgánicos y tradicionales en Europa y América está de moda, pero eso no significa que pueda vender su trabajo a un precio más justo, estas empresas ponen su precio y las condiciones.
Como él, otros artesanos del fonduk fabrican piezas concretas para Barneys, o para Hermés, que alcanzarán precios de las mil y una noches una vez sean convenientemente etiquetados y, que sin embargo son producidos en un lugar como este, que fuera de África no superaría ninguna inspección técnica ni de trabajo, y que ha sido tejido por humildes y callosas manos que no sabrían hacer otra cosa.

Tanger_2015_205Ahmed en su tienda-taller del fondouk. Foto © Francesc Morera

Este es el caso de un telar en la ciudad. Es en las pequeñas y, a menudo aisladas poblaciones del Rif y del Atlas donde el tejido artesanal está más vivo. Durante el protectorado español, en todas las kabilas existían telares, al servicio de una o dos familias y constituía una de las pocas industrias existentes en la zona, industrias muy rudimentarias y limitadas, (Geografía general del Rif 1909-1911. Delbrel, Gabriel), pero que bastaban, a principios del siglo XX, para satisfacer las necesidades básicas de la población, pasando de padres a hijos desde tiempos inmemoriales. Con las telas producidas se confeccionaban chilabas y jaiques, vestuario de uso familiar no destinado a la venta. Hoy, a pesar de estar en el S.XXI, esta sigue siendo una actividad utilitaria y necesaria para el abastecimiento y las necesidades de la familia, pero también es casi un ritual. El proceso que convierte la lana esquilada en un hilo con el que se crean túnicas o alfombras es algo casi divino. Una bendición. En las tradiciones de algunos pueblos bereberes se ata un trocito de lana en la pata del cordero recién adquirido para bendecirlo. En otros rituales, se enrolla un hilo de lana en torno a la novia la mañana del casorio que el marido deberá desatar por la tarde, con el mismo fin.

Los tintes utilizados son completamente naturales y proceden del entorno: raíces, semillas, flores, insectos, cáscaras de frutas.., las técnicas han sido empleados durante siglos y transmitidos oralmente por las mujeres, guardianas de una tradición que sobrevive gracias a un esfuerzo colectivo.

Marruecos es uno de los países en los que más textil se produce para la exportación, el textil representaba en 2008 el 7% del Producto Interior Bruto del país, empleando a más de 175.000 personas, la mayoría mujeres, y representando el 40% de los empleos industriales.

Muchas empresas instaladas en Marruecos son extranjeras, entre ellas las españolas ocupan un lugar estratégico. De hecho, tras Francia somos el país que por cercanía geográfica y costes de producción claramente inferiores a los de la Unión Europea más textil producimos en Marruecos. Las grandes marcas de ropa española son en su mayoría Made in Morocco o Made in Turkey, en España cada vez se produce menos. Marruecos busca su lugar en la industria mundial con la especialización en lo que se conoce como “pronto moda”, lo cual a su vez le permitirá combatir la feroz competencia de China.

Según se presentó en el evento B2B Textil de 2012, Rabat se ha fijado el objetivo de renovar su industria textil aumentando las exportaciones hasta los 8.400 millones de euros y creando 250.000 puestos de trabajo para 2025. Posiblemente para ese año estos telares de madera sean ya tan sólo piezas de museo.