Kalaw_50El vuelo Yangon-Heho apenas dura unos 25 minutos. Heho es el aeropuerto más cercano a la zona del lago Inle y de Kalaw.
Kalaw, que en la época colonial inglesa fue una popular estación de montaña está en el extremo occidental de la meseta shan, a tan sólo a 34 kms de Heho, pero se tarda más de una hora en llegar por la limitada carretera que es usada por los campesinos para llevar la mercancía al mercado, animales de carga, camiones… y que es de un solo sentido.

Kalaw está a 1.320 m de altitud, rodeada de colinas, con un paisaje verde y escarpado lleno de pinares, que hacen que la temperatura se vea suavizada y sea bastante más agradable que en la llanura. Una zona eminentemente agrícola, de población shan, india, bamar, nepalí y musulmana, que vive principalmente de los frutos del campo, y, supongo que cada vez más de los viajeros que llegan aquí con la idea de hacer rutas de senderismo por los alrededores o hasta el mismo lago Inle. Excursiones de unas pocas horas o de varios días para visitar a las distintas minorías étnicas que viven en sus colinas.

Nosotros llegamos a Kalaw con la idea de pasar dos días, una para explorar sus alrededores y otra con la idea de hacer un día de trekking a la aldea de Tar Yaw, un lugar remoto de etnia palaung escondido entre montañas en el que la única manera de llegar es andando, en moto o, según el ancho del tramo del camino, con carros de bueyes.
Nos hospedamos en el Hill Top Hotel, construido en la colina como un refugio de montaña, muy cuidado y formado por bungalows de maderas diseminadas y rodeadas por parterres de flores. Sencillo pero muy acogedor, desde su pérgola se tenían unas excelentes vistas de las montañas.
En el mismo Kalaw no hay mucho para hacer, es una población de paso donde los aficionados al senderismo se aprovisionan y donde la población local baja de las colinas circundantes para vender sus excedentes en el mercado. A pesar de que es la mejor época del año para estar aquí, (finales de octubre) nos sorprende no cruzarnos con extranjeros, ni si quiera en el hotel.


Hemos paseado entre los puestos del mercado, con sus encurtidos y pescados en salazón, hortalizas, artesanías…y luego hemos ido a comprar material escolar para llevarlo mañana a la escuela de Tar Yaw , en nuestro recorrido de trekking. Cerca del mercado hemos descubierto una pagoda distinta a todas las demás que hemos visto hasta ahora, es la Aung Chang Tha Zedi. El exterior se halla recubierto de mosaicos de cristales y pequeñas baldosas que la hacen relucir y reflejar el cielo, que hoy ha amanecido nublado y que la hace relucir como si fuese de plata bruñida.

En el exterior del pueblo hay otras tres pagodas muy distintas, la Shwe Oo Min Paya, un curioso templo que tenía unas cuevas naturales en el interior llenas de estatuas-ofrendas de Buda de distintas épocas, unas modernas, otras muy antiguas. La más grande, en una especie de altar era del s. XV, y estaba hecha de bambú y cubierta de láminas de oro. El interior de la cueva daba un poco de grima, pues el agua que se filtraba a través de las rocas mojaba el suelo blanco de azulejos que estaba bastante sucio y resbaloso… sin pensar en los cuatro cables pelados que colgaban peligrosamente de las rocas. Otra pagoda es la Nee Paya donde se puede ver otra bonita imagen de Buda hecha de bambú y recubierta de láminas de oro. Un pequeño templo apartado pero muy bien cuidado, con el suelo de madera y el altar lleno de flores. Y por último la Thein Taung Paya, en el monasterio del mismo nombre.

Decidimos comer en el pueblo, en un restaurante 100% local, con muchos entrantes picantes, ensalada de té verde con cacahuetes, pasta de pescado (mohinga), ensalada de pepino, y sopa. Mientras, desde la ventana observábamos que en la calle había bastante revuelo, provocado por una procesión de monjes, decenas de ellos “recibiendo” una donación extra. Empezamos a tener la sensación de que los monjes están siempre pidiendo… y el resto de la gente siempre dando…siempre haciendo méritos. Con la gran necesidad que hemos visto hasta ahora, creo que desde luego tienen mucho mérito.

Al día siguiente nos levantamos temprano para hacer nuestro trekking.
Recomiendo que busquéis un guía de la zona, pues no hallareis ninguna hoja de ruta, planos ni señales del camino que habéis de seguir. Estando allí escuché noticias de gente que se había perdido y creo que no merece la pena jugársela por tan poco, la verdad.
Partimos de un riachuelo plácido rodeado de cañas de bambú y fuimos ascendiendo por caminos embarrados e irregulares, resquebrajados a tramos, blando y resbaladizo en otros y con mucha pendiente, de subida o bajada. A pesar de estar bien acostumbrados a caminar, la gran humedad y el sol vengador que iba y venía nos hizo sudar bien la camiseta. No nos cruzamos con nadie, aunque podíamos ver a la gente en la lejanía, trabajado en los campos.


Pasamos primero por un pequeño conjunto de casitas en las que había sobre todo niños y mujeres. En una de estas casas, construida sobre pilares, vivían dos familias con más de diez miembros y fuimos invitados a tomar té con ellos. Las llaman “casas largas”, y es la construcción típica de la zona, donde comparten vivienda más de una familia. Construidas con tablones, en su interior no había ningún mueble o pertenencia que uno espere encontrar en una casa, salvo las esteras que pisábamos, que hacen las veces de camas al anochecer. En un lado había un espacio donde ardía el fuego calentando una ennegrecida tetera, y en otro unos sacos de arroz. Viven sin nada, compartiendo comunitariamente el mismo espacio y en invierno cocinan dentro pues así calientan la estancia única.
Supongo que esto estaba más o menos previsto, pues saludaron a nuestro guía, pero independientemente de eso se veían muy buena gente, que no te pueden ofrecer más de lo que tienen. No quisieron aceptarnos ningún obsequio, y llevábamos la mochila llena de kilos de ropa, productos de higiene personal, material escolar, etc etc. Supongo que les debimos parecer extraterrestres, aunque si tengo claro algo es que los “raros” allí éramos nosotros, ellos están adaptados al medio y a las circunstancias.
Una de las mujeres cuidaba de un bebé de cinco meses que era su nieto, y lo alimentaba con una papilla de arroz que le daba con el dedo. En lugar de papilla de cinco cereales, de uno, que será su sustento principal a lo largo de su vida. En fin, qué mal repartido está el mundo.

Desde aquí seguimos el camino hasta Tar Yaw . El paisaje es verde espectacular, primero con pinos blancos y bambú, y luego con plantaciones de té, tabaco, arroz shan, y, naranjas, salvando el enorme desnivel del terreno. Para mi gusto lo más bonito sin duda son los campos de arroz, casi fluorescentes, y, al fondo las montañas cubiertas por las nubes, con el sol escondido detrás…precioso, y, con ese olor del arroz aromático perfumando el ambiente.
Las mujeres se veían recolectando como hormiguitas las distintas cosechas y transportando los frutos en unos cestos de caña que llevaban colgados de la cabeza. Otras pasaban a nuestro alrededor con los mismos cestos cargados de leña.

Tras cinco horas llegamos a Tar Yaw. Esperábamos encontrar un pueblecito más animado, o, al menos, más habitado, pero la gente estaba en los campos. Sólo encontramos animales de granja sueltos y niños al cargo de otros niños más mayores. Los adultos estaban todos en los campos. Delante de las casas se extendían plásticos con el té secándose naturalmente. En una casa una anciana lo clasificaba según su calidad, y otra lo iba tostando.

Lo que sí estaba muy animado era el monasterio y el colegio, con ochenta niños de distintas edades y sólo dos jóvenes profesores al cargo. Estando aislados como están, la educación es muy complicada. Apenas aprenden lo más básico, leer, escribir y las operaciones aritméticas. Las pizarras y el material, como mesas lo habían donado unos holandeses, al menos así rezaba en la pared. Nosotros les llevamos cuadernos, bolígrafos, lápices y caramelos que el profesor fue repartiendo en medio de la algarabía. Una grata experiencia.

Pero si la ida fue dura, el regreso… en total fueron unas diez horas de patear caminos.
El otro trekking para aquellos que sean grandes caminantes es el que llega hasta el lago Inle. Son tres días y se pernocta en los monasterios que iréis encontrando en el camino. Debe ser una gran experiencia sin duda.