Indios, chinos, malayos y una gran colonia de expatriados de todo el mundo; hindúes, budistas, musulmanes y católicos conforman el paisaje humano de Singapur. Quizá por eso a menudo la definen como una versión de Asia para “principiantes”, por el conglomerado de gentes, costumbres y religiones que comparten el territorio sin mayor problema y donde además todo está regulado y funciona a la perfección, incluso si esto sirve a otros para tacharle de ser el país menos asiático del continente.

Con esto último estoy de acuerdo, Singapur es un país único, pero quizás un poco descafeinado. Hay una rica suma de culturas pero no pude apreciar una cultura propia de Singapur.

El país más diminuto, seguro y cosmopolita del sudeste asiático, es, no obstante superlativo en todo lo cuantificable. 710 kms cuadrados les dan para mucho.

Cuando uno pisa tierra singapurense, es inevitable escuchar repetidamente una suerte de inventario o ranking de sus logros, de sus variables macroeconómicas, o, más terrenalmente de todo lo que es lo más grande, más alto, más largo o más caro. Esta megalomanía parece ser el motor del país y se ve favorecida, sin duda alguna, por la continuidad del milagro económico que empezó décadas atrás y que les ha convertido por hoy, en uno de los 4 orgullosos tigres de Asia y en un foco de atracción financiero para todo el mundo.

Pero Singapur es una nación llena de luces y sombras, donde la brecha entre ricos y pobres es una de las más grandes del mundo desarrollado. Entre el 10% y el 15% de su población entra en el rango de «bajos ingresos»: menos de US$1.000 al mes. Y en octubre de 2015, una encuesta de Gallup clasificaba a los singapurenses como los más infelices, o menos optimistas, del mundo, por debajo de países como Haití, Irak, Siria y Afganistán, que lo tienen todo en contra. Será verdad que el dinero no da la felicidad después de todo?

 

Pinceladas históricas

Pero vamos allá con algunas breves pinceladas de su reciente historia. El moderno Singapur fue fundado en 1819 por el británico Thomas Stamford Raffles como puesto comercial de la Compañía Británica de las Indias Orientales, (que buscaban un puerto franco en Asia donde disputar el liderazgo del comercio marítimo a los holandeses), pasando a ser colonia británica en 1824 tras  ser comprado al Sultanato de Johore, Malasia, a cambio de una generosa renta vitalicia al entonces sultán.  Singapur declaró su independencia del Reino Unido en 1963, como parte de Malasia, de la que también se independizó poco tiempo después, y hoy día es una ciudad estado formada 63 pequeñas islas y con una variopinta población china, malaya e india principalmente, que suma unos cinco millones de habitantes, de los cuales, el 40% son extranjeros.

 

El milagro económico

Como decía con anterioridad, cuesta creer que Singapur fuera hasta los años 60 una economía escasamente industrializada y muy dependiente de su función de puerto comercial donde no se producía nada. La economía de la ciudad, pasó de ser una de las más bajas del planeta a ser en la actualidad la tercera renta per cápita más alta del mundo, sólo por detrás de Qatar y Luxemburgo. Sí, por delante de Noruega, Estados Unidos, Hong Kong o Suiza incluso. Su éxito se basa en la promoción del libre mercado, conseguido a base de años de hábiles políticas para atraer la inversión extranjera. Este capitalismo y liberalismo en su máximo esplendor, se fomenta desde su gobierno, democrático pero unipartidista, que se asemeja más a una dictadura que a una democracia pero que les funciona. De hecho se puede decir que no hay alternabilidad en la política  ya que el Partido de Acción Popular ha estado en el gobierno desde la independencia del país.

En los años sesenta, se creó la Junta de Desarrollo Económico de Singapur, para formular y aplicar las estrategias económicas nacionales, focalizándose en el sector de la industria secundaria. Lee Kuan Yew, (quien gobernó al país desde su independencia hasta 1990) tuvo una clara visión de la ruta que tenían que seguir para ser los primeros de la clase. Se construyeron multitud de polígonos industriales en las islas adyacentes e industrializaron el país a marchas forzadas. El tigre asiático atrajo grandes compañías petroleras, que establecieron refinerías en el país. Sólo una década después, en los 70, ya era uno de los tres mayores centros de refinado del mundo. La estabilidad de su gobierno, las leyes que protegen sin fisuras la propiedad privada y penalizan la corrupción, la baja presión fiscal, entre otros, les permitió  convertirse en un centro financiero mundial, en el que crear una empresa sólo lleva 3 días, hay mano de obra cualificada, (porque la educación, de altísima calidad, es también considerada de las mejores del mundo), al tiempo que consolidan el sector turístico, las infraestructuras de comunicación y los sectores petroquímico y naval.

“La isla creciente”

Mientras tanto, Singapur sigue creciendo, y la ciudad más cara del planeta, se ve obligada a robar terrenos al mar, con un enorme impacto en el ecosistema, por lo cual la llaman también “la isla creciente”. Desde los sesenta, han aumentado la superficie del país en un 20% y hay proyectos para comenzar a construir bajo tierra!,  Singapur se vanagloria no obstante de ser un país muy concienciado y sostenible, y lo cierto es que a pesar de ser el segundo país más densamente poblado del mundo, (después de Mónaco), más de un 50% de su territorio está dedicado a parques y reservas naturales, haciéndola de lejos la ciudad más verde del Sudeste asiático. El transporte urbano funciona muy bien, hay pocos coches por los elevados impuestos que hay que pagar para tener un vehículo, pero francamente, después de ver el modo de vida de la ciudad, y el modelo de consumo, yo tengo serias dudas de que esto se pueda calificar como sostenible… es sólo una opinión personal.

Mi primera impresión tras pisar suelo singapuriense fue la de ¡por fin de nuevo en Asia!, el calor tropical, la frondosa vegetación, las avenidas jalonadas de cocoteros y Flamboyans, el cielo plomizo amenazando lluvia, el olor a humedad mezclado con un débil pero perceptible rastro a comida, sí, esto forma parte de mi memoria visual y olfativa de esta parte del mundo, pero a los diez minutos de montar en un taxi hacia mi hotel, empecé a vislumbrar diferencias. Poco tráfico para estar accediendo al centro de la ciudad, todo ordenado e impoluto, listo para pasar revista, incluso demasiado. Para los estándares de Asia o de cualquier ciudad europea. Poca gente en las calles, enormes rascacielos y sedes de bancos por doquier ( ¿dónde vivirá la gente? ), numerosos edificios en construcción, lo cierto es que Singapur me traslada más al Asia que mira hacia China que al que mira hacia el sudeste asiático, con la añadidura de  que no puedo decir que tras mi estancia encontrase un carácter o una personalidad propia de Singapur. Los edificios más antiguos son herencia de los británicos, y los más nuevos no dejan de ser iguales a los que hay en cualquier otro emporio comercial del mundo. Los singapurienses se han de sentir en Asia tan solos como los suizos en Europa.

Igualmente, esta tierra de oportunidades tiene otra consecuencia lógica, y es la gran cantidad de expatriados que se ven por doquier. No turistas, que los hay, sino residentes que han creado una gran colonia en esta su segunda casa.  A esto ayuda el que el inglés, entre otras tres lenguas, sea idioma oficial del país. Singapur es un centro financiero mundial, sólo hay que caminar por Raffles Place pasadas las 17.00h para confirmarlo, cuando la mayor parte del personal de las empresas y oficinistas toman las calles, elegantemente vestidos y como si no estuviésemos a más de 30º, con una humedad del 70%, y soportando la lluvia que casi de modo permanente lo empapa todo en pocos minutos.

En próximas entradas compartiré algunas impresiones sobre lo que a mí me llamó más la atención  de este «buffet asiático», abierto a todos.