Recuerdo que todos los años cuando llegaban las ansiadas vacaciones escolares, hacíamos algo que ya casi nadie practica: «el veraneo«. Casi tres meses trasladando la residencia y rutinas cotidianas al borde del mar y haciendo maratonianas jornadas de playa de esas tan poco recomendables hoy en día.

Sin duda, la parte menos idílica de ese cambio de aires era el trayecto en coche de los cuatrocientos y pico kilómetros que nos separaban de la costa. El día «D» no por menos esperado estaba en mis pesadillas, yo fui una niña a la que el simple olor de la gasolina ya le hacía vomitar. A menudo el martirio comenzaba sin haber salido siquiera de la ciudad.

Esto que cuento como una anécdota me arranca una sonrisa cuando lo pienso porque con semejantes antecedentes nada me podía haber hecho imaginar que de adulto lo que me costaría sería precisamente estar quieta en un sitio.

Hoy, siempre es un buen momento para viajar. Y para involucrarme en todos aquellos proyectos que me aporten cosas y me hagan sentirme bien, por ello en 2012 comencé a colaborar con el colectivo Gea Photowords, siendo hasta la fecha uno de sus miembros

No me gustan las etiquetas. Tampoco sabría definirme como viajera, pues aunque tengo mis preferencias, la mayoría de las veces son los destinos los que me eligen a mí. Sucede constantemente: a través de la lectura de un libro, la entrada de un blog, o  el visionado de una película se despierta en mí la curiosidad primero y la necesidad después de trasladarme a esos lugares. Necesito traerme mis propias impresiones, sobre todo porque por mucho que haya podido leer o investigar por mi cuenta, la realidad es más rica, interesante y colorista.

Pienso en mis primeros viajes, en los que todo estaba pensado y planeado al detalle. Ahora, cada vez viajo más ligera y más low-cost. He ido dejando atrás todo lo que no es estrictamente necesario, y es de las mejores decisiones que podía tomar porque al final, no importa lo impresionante que sean las ciudades, o su pasado histórico, lo que te llevas con más cariño es la interacción y el contacto con la gente, las pequeñas aventuras y desventuras. Mi única concesión es la cámara de fotos y las libretas donde tomar notas, sin ello el viaje no estaría completo.

Ya no me motiva tener una agenda abarrotada de actividades, prefiero mil veces vagabundear y dejarme llevar, pararme en un sitio precioso a no hacer nada,  sentarme a conversar,  vivir el momento en definitiva.

En 2015, tras regresar de mi entonces último viaje a Estambul y comprobar que me sigue atrayendo y motivando para escribir, decidí crear una sección específica en el blog que no podía llamarse de otro modo más que I Love Istanbul. Desde aquí, mi humilde tributo personal a quizás la urbe más fascinante del planeta, inspiradora y seductora a partes iguales, y, en la que cada vez que regreso siento que se queda una pequeña parte de mí. Quien sabe, quizás en otra vida anterior… ya campé por estos lugares.

Decía Unamuno que: “el fascismo se cura leyendo, y el racismo, viajando”. Cada uno podrá tener sus propias opiniones a este respecto, pero yo creo que viajar sin duda nos enriquece y expande nuestros horizontes. Nos hace personas más abiertas,  con menos prejuicios, y alimenta nuestro espíritu como no lo pueden hacer las cosas materiales.

Creo sinceramente que viajar es vivir dos vidas, y, desde esta humilde ventana, os invito a acompañarme.

Ana Morales
Fotógrafo Colaborador

Colabora con su trabajo como fotógrafo de viajes, aportando sus imágenes y su experiencia a mis reportajes. Como diseñador gráfico y webmaster, es el SEO y responsable del diseño del blog.