Conste que la intención primera de este artículo era escribir sobre la más que notable presencia de Hans Christian Andersen (1805-1875) en Copenhague, ciudad a la que se trasladó desde su villa natal de Odense a la edad de catorce años y en la que transcurrió la mayor parte de su vida. No es de extrañar que por ello Copenhague esté llena de lugares y de rincones en las que el famoso escritor de cuentos de hadas vivió, y que seguramente le inspiraran en algún momento de su vida. Su nombre nos sale continuamente al encuentro. Lo que no sabía es que a mi regreso a Málaga, seguiría haciéndolo.

 

El escritor de cuentos de hadas que amaba Málaga

Como tantos malagueños, he pasado a menudo por delante de su estatua en la Plaza de la Marina, sin pararme mucho a pensar cual sería el nexo de unión del escritor danés con la ciudad. Y realmente me ha sorprendido muy gratamente saber que el escritor era por encima de todo un trotamundos en tiempos en los que viajar no era nada fácil, un alma nómada y libre, al que posiblemente hoy en día muchos calificarían simplistamente como chiflado o friki, y cuya frase preferida fue “Viajar es vivir”.

Hans viajó por todo el mundo, y por muchos de los lugares históricos más importantes de España, y, sin embargo declaró que en ningún lugar se había sentido más sinceramente bienvenido y en casa que en Málaga, hasta el punto de que casi logró olvidar que estaba en un país extraño. Contaba que esta ciudad contenía todo lo que para él era importante en la vida; el mar, la luz, los campos y sobre todo la gente.

En sus propias palabras:

“En ninguna parte de España me sentí tan feliz y tan en casa como en Málaga. Las costumbres de sus gentes, su temperamento, el ancho mar, todo ello, tan necesario y rico para mí, lo encontré allí. Y es más, encontré algo todavía más importante: gente amable y comprensiva” Más extractos en la página del Instituto Cervantes.

Probablemente por el rico pasado histórico de la ciudad, porque Málaga ha sido durante siglos un puerto comercial y una ciudad muy internacional, o porque el intercambio cultural siempre ha favorecido el libre pensamiento, (Pablo Picasso es uno de sus hijos más ilustres), lo cierto es que Hans Christian Andersen desembarcó en el puerto de Málaga en octubre de 1862, cuando contaba con la edad de 57 años,  y quedó cautivado por la belleza de la ciudad. Se decía que Hans, de carácter depresivo, encontró en Málaga una razón para salir de su profunda tristeza, y así lo recogió en su libro ‘Viaje por España’.

En la «Fonda de Oriente» donde se hospedó, conoció a varios alemanes que residían en Málaga, con los que estableció una relación de amistad con el nexo del mutuo interés por la ciudad, como los restos árabes, la literatura, los toros o la ópera. El edificio en el que se ubicaba la fonda (en la Alameda Principal nº 8) aún existe. En su hall hay colgada una placa como homenaje al escritor danés.

Posiblemente Hans idealizó su estancia, o se dejó atrapar por el romanticismo imperante, lo cierto es que con motivo de su estancia en España publicó un libro de viajes muy recomendable ‘Viaje a España’, interesantísimo testimonio de las costumbres y la vida cotidiana de nuestro país en aquella época.

La Fundación Reina Isabel de Dinamarca decidió en 2005, con motivo de la conmemoración del bicentenario de su nacimiento que había que hacer algo en Málaga, dado que Andersen adoraba la ciudad y que hoy en día, la colonia más numerosa de daneses fuera de Dinamarca se encuentra en la Costa del Sol.

Sería la primera escultura erigida en Europa al escritor danés, fuera de Dinamarca, y le fue encargada al artista José María Córdoba. En el 2005 se inauguró, en el paseo principal de la ciudad, mirando hacia el puerto al que una vez llegó. Hoy los turistas se sientan y fotografían junto al escritor/viajero, compartiendo durante un breve lapso de tiempo su banco, estoy segura de que le encantaría.

 

El adolescente que llegó a Copenhague en busca de fortuna

Hijo de una lavandera alcoholizada y de un pobre zapatero, la familia de Hans vivió una existencia propia de una novela de Dickens, con auténticas penurias económicas que los empujaron a menudo a la calle y  a la mendicidad para poder sobrevivir. A la muerte de su padre, el joven Hans abandonó el colegio y se refugió en la lectura, llegando a Copenhague a los 14 años, con la determinación intacta y con los exiguos ahorros de sus padres en el bolsillo a la búsqueda de fortuna.

A pesar de que siempre se le ha asociado con la literatura infantil, sus obras tienen un trasfondo autobiográfico; Andersen escribió sobre sirenas, muchachas del tamaño de un pulgar, animales parlanchines, brujas y hadas. Pero él escribió sobre lo que conocía. Escribió sobre la lucha de los desvalidos; sobre el sufrimiento del rechazo, el amor no correspondido,  el triunfo de la buena voluntad y el trabajo duro. Escribió para sí mismo, para el mundo, para cualquiera que quisiera escuchar. Él no «escribió literatura infantil» por ello, sus cuentos de hadas no están contaminados con condescendencia o simplismo. Son sutiles, complejos, poéticos, a veces moralmente ambiguos, personales y terriblemente honestos.

Si queremos seguir sus pasos por la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida, Nyhavn es un buen punto de partida. Este canal que desemboca en el mar es bello y pintoresco a partes iguales, y conserva la estética de las casas de madera autóctonas del s.XIX pintadas de colores. La más antigua data de 1681 y es la nº19. Hans, que escribió gran parte de sus obras más famosas aquí vivió en tres casas distintas del canal, en la nº 18, nº 20 y la nº 67, (en la que vivió más de veinte años). La razón de tantos cambios era que nunca se estableció o conformó con lo que la mayoría de la gente llamaba un “auténtico hogar”, pasaba largas temporadas viajando, en casa de sus amigos,  alquilaba habitaciones amuebladas durante un tiempo o vivía en hoteles. Era un alma errante con la necesidad de tener el mar cerca. Entonces el canal y el barrio no eran lo que es hoy. Era una zona de bajos fondos de la ciudad donde atracaban los mercantes y donde los marineros y prostitutas empinaban el codo hasta la madrugada en ruidosas tabernas. Hace algunos años este barrio malsano al que todos daban la espalda fue recuperado y saneado y hoy es uno de los más ambientados de la ciudad, con multitud de restaurantes, terrazas y bares, y estoy segura de que todos los visitantes pasarán en algún momento por aquí.  Además también desde aquí se puede hacer un crucero que rodea la ciudad y que nos dará una idea más clara de cómo está conformada la misma, rodeada por el mar y conectada con Malmö, Suecia por un puente de 16 kms de largo llamado puente-túnel de Øresund.

El Museo de Hans Christian Andersen, interactivo, se encuentra en Rådhuspladsen 57, podreis admirar los manuscritos de Andersen, asistir a lecturas de sus cuentos y visitar su despacho.

Muy cerca, en una esquina del ayuntamiento encontraremos su estatua frente a una de las entradas laterales del Tívoli, el segundo parque de atracciones más grande de Dinamarca, que data de 1843. Con uno de sus cuentos en la mano, y su bastón en la otra, Andersen pierde la mirada en el lugar donde su mundo de fantasía cobra vida en alguna de las atracciones. Tívoli es un parque de atracciones clásico, de esos de algodón de azúcar, manzanas de caramelo, y las atracciones de toda la vida, y a mí personalmente me dejó el mismo sabor de boca que me habría podido dejar la visita a la fábrica de chocolate de Willie Wonka, un lugar mágico y familiar que gusta tanto a mayores como a pequeños. Sin lugar a dudas el mejor lugar donde ubicar la estatua del escritor de la fantasía y la ilusión.

También es obligado, (y parece que uno no haya estado en Copenhague si no se acerca a contemplarla) visitar la estatua de la Sirenita, protagonista entrañable de uno de sus cuentos más famosos y símbolo de la ciudad. Podéis encontrarla cerca del palacio real de Amalienborg,  en el Parque Langelinie, en la bahía del Puerto de Copenhague, y os aconsejo que aprovechéis para ir a pie pues veréis otros puntos de interés de la ciudad, que es gratamente paseable. Dicen que la pequeña sirena, con su mirada perdida en las aguas del Báltico representa la mentalidad y el espíritu de los daneses: gentes de carácter melancólico y solitario, por ello es tan querida por todos. Lo cierto es que no debéis de dejar de venir a verla, aunque solo sea para que opinéis, a mucha gente le causa una gran decepción ver las dimensiones reales de la obra.

Por último, un buen lugar para terminar esta visita de cuento sería en la tumba del autor. A pesar de sus muchos viajes, el autor murió en Copenhague, ciudad donde hoy se encuentran sus restos. Más concretamente en el parque/ cementerio de Assistens  en Nørrebro,  uno de los barrios más multiculturales y vivos de la ciudad.